Apagó el incensario de barro aún sahumante. Desconectó el CD de marchas. Recogió la Saeta de 1959 que había comprado en un anticuario. Luego abrió el ropero y descolgó la túnica de tergal y el capirote sin cartón. Sacó el correón de esparto del cajón de la cómoda. Lo dobló todo cuidadosamente y lo puso a los pies de la cama de D. Ernesto. Era Septiembre, pero había torrijas en el poyete de la ventana de la cocina. Descolgó el rosario y la medalla del pomo del cabecero de níquel y los puso sobre sus manos entrelazadas, ya frías.

Durante los últimos diez años el Alzheimer e Iryna hicieron que D. Ernesto viviera una continua Semana Santa. Murió diciéndole que algún día tenía que salir de nazarena.

Ella era ucraniana. Descolgó el teléfono y llamó a la hija. Luego al Hermano Mayor de la cofradía : "Quiero hacerme hermana".