Aún guardaba allí pañales de gasa de los que se lavaban y se reutilizaban. El vestido de cristianar de muselina con faldón, capa y capota. El tutú de organdí de las clases de ballet. El miriñaque de comunión de seda con mangas de tul. El traje de chaqueta negro de los días solemnes de la cofradía. La mantilla de blonda que le trajo el padre y nunca quiso ponerse. El mantón de manila de rayón negro y sedas de mil colores. Y la túnica de terciopelo verde.

Cogió un abrigo del armario de su niña. Se introdujo en las calles sórdidas de aquel barrio lúgubre. Al fondo , una candela. Junto a ella , su niña. En el suelo, una jeringuilla. La arropó con el abrigo . Ella metió sus manos en los bolsillos y tocó una ramita seca de romero. En su cara apareció algo parecido a una sonrisa.