Cuando salí con mi túnica de nazareno mis abuelas decían que estaba guapísimo. Mi padre me hacía fotos. Fui elegido para llevar el estandarte. Estaba nervioso. Siempre he sido tímido. Nos confesamos el día anterior y el cura nos aseguró que tendríamos un nuevo sentimiento al recibir el cuerpo de Cristo.

Yo tenía nueve años recién cumplidos, y cuando recibí mi primera comunión casi me ahogo con la hostia, desde entonces no la había probado, pero aquella tarde no tuve más remedio, no pude esconderme como hacía todos los domingos.

Pensaba en ello mientras veía a lo lejos a Nuestro Padre Jesús Nazareno del Paso, en ese momento se volvió y me guiñó un ojo. No me quedó otra alternativa que sacar la hostia que había guardado en el bolsillo de mi túnica e introducírmela en mi boca.

Cuarenta años después todavía recuerdo ese sabor a Semana Santa.