Todo se ha consumado, el verbo se hizo carne y la carne fue mancillada. Es medianoche del viernes santo, simples farolas iluminan las calles, se abren las puertas de la Encarnación, con velas se le va marcando el camino a la Virgen de la Soledad. La estampa es única, en el cielo la luna, el campanario iluminado, serio y elegante como siempre, la suave brisa serrana y abajo el río, cinturón plateado de El Burgo. El silencio solo es roto por el rezo del Ave María y algunas saetas en las esquinas. En tus manos cerradas guardas todo el dolor que una madre puede aguantar por la muerte de su hijo. Volveré a la Calzada, a verte bajar por esta estrecha calle, la ráfaga de tu corona y el manto negro desaparecerán cuesta abajo, más calles vendrán pero a la Villa volverás donde te tocará esperar. No llores, tu luto durará sólo tres días,