Una mezcla de olor a incienso, cera y biznaga inundaba la calle, el trono se mecía con la cadencia de una brisa de poniente, los tambores marcaban el ritmo más solemne y, en aquella esquina, como cada año, Manuel "el Sentío" entonaba con desgarro su saeta:

No se qué tiene tu cara

madre de mi Dios divino,

que me has llenaito el alma

de algo que nunca he sentío,

que me duele y que me salva

En ese momento, se paraba el tiempo, reinaba el silencio entre el gentío, la voz de Manuel sonaba como un rayo de luz que rasgara la oscuridad. Las palomas parecían posarse para escuchar, el viento callaba. La emoción, como cada año,envolvía a todas las personas y las cosas como si algún milagro estuviese a punto de ocurrir. Y, en aquella esquina, como cada año, alguien juraba haber visto a la virgen suspirar.