Una mano enguantada con el blanco del respeto se acerca temblorosa hasta la mía, se aferra a ella con urgencia, busca seguridad y apoyo. Los vellos de la nuca se me erizan y un escalofrío recorre mi espalda. La estrecho con ternura, la mantengo apretada, sé que es la mano de mi hijo que delante de mi, en el siguiente puesto bajo el varal, está sintiendo como le traspaso la herencia recibida. Por la fuerza de la tradición, le enseño -sin palabras- el sentido de ser Hombre de Trono. Él lo recibe, se relaja, noto como con el siguiente redoble de tambor, su cuerpo se tensa y todo su ser asimila el regalo recibido. Acaba de nacer un nuevo Hombre de Trono. El testigo silencioso ha sido esta vez El Cautivo, y el sitio la curva de calle Larios con calle Strachan.