Se encontraba en uno de esos pasadizos en el que la gente empuja y grita mientras el policía de turno impide con su brazo el paso de la muchedumbre. Llevaba tiempo esperando, pues se acercaba un trono. Una cartera asomaba por el bolsillo de un extranjero que estaba distraído por tanta hermosura recién descubierta. Paco, joven de veintipocos, que llevaba tiempo en el paro no se lo pensó dos veces…

Sintió que alguien le tocó el hombro. Era un monje que sacaba de su manga una rosa de un blanco purísimo y, tras esto, se la ofrecía. Pasaba el trono de la Virgen con un balanceo solemne. Paco le lanzó la rosa. Sin quitarle ojo a la flor, el joven vio cómo se convertía en su camino en una rosa encarnada. Miró hacia atrás, buscando al fraile. No estaba.

Devolvió la cartera y mirando al cielo dijo: "Gracias, Zamarrilla".