- ¡Qué daño!¡Qué dolor!- La savia de la ramita salía al exterior.

En el campo de los Montes de Málaga lucía un sol resplandeciente. La metieron en un saco junto a las demás. No entendía por qué estaban tan contentas; en poco tiempo serían ramitas mustias.

- ¿Has visto como huele, Felipe?- dijo el camionero a su compañero.

- ¡Sí, huele a Esperanza!

Habían pasado muchas horas, y de repente, comenzaron a cogerlas a puñados. Era de noche, pero parecía de día. Nunca había visto tanta gente. Un niño le pidió a Felipe unas cuantas ramitas. Cogió sólo una, a nuestra amiga, porque las demás se le resbalaron.

El niño, no contento la lanzó. El romero cayó en unas manos.

- "¡Qué hermosura!", pensó la ramita.

Una lágrima se resbaló por el rostro de la Virgen precipitándose sobre el romero como una gota de rocío bendita.