La saeta es un elemento exclusivo de nuestra Semana Santa, la andaluza. No exportable fuera de nuestras fronteras, quizás. De hecho, se cuenta una anécdota que le pasó al Beni de Cádiz, un año que fue a cantar a Bilbao. Al ver venir al Cristo al fondo de la calle, cerró sus ojos y comenzó a entonarse. Cuando los abrió para comenzar a cantar, el paso, que iba a ruedas, ya había pasado. «¿Qué hago? Si no canto, no cobro?» se dijo. Y comenzó a cantar ante la sorpresa del público, que miraba atónito hacia el balcón. Después vinieron las discusiones con los hermanos: «No has cantado al Cristo». «Yo sí, lo que pasa es que va muy rápido». Finalmente cobró, pero se dijo: «Nunca más cantaré una saeta más allá de Despeñaperros». La saeta forma parte de nuestro patrimonio cofrade más auténtico. Es algo que nos diferencia, y a la vez, nos define. Y más en nuestra ciudad, donde el genio creativo malagueño ha sido capaz de generar estilos propios, como veremos más adelante.

Pero, ¿realmente somos conscientes de ello? ¿La estamos cuidando como se merece?

Sin entrar en un análisis exhaustivo sobre los orígenes de la saeta, ya que se barajan muchas hipótesis, trataremos de esbozar una síntesis de su evolución.

La palabra saeta procede del latín sagitta que significa flecha, dardo, arma arrojadiza que se dispara. La saeta es una especie de dardo que, en sentido figurado, equivaldría a la flecha que se dispara de la garganta de quien la canta, en la madrugada fría o en la noche serena de Semana Santa, y que va dirigida al costado abierto de un Cristo agonizante o al pecho traspasado de una Madre dolorida.

Saetas penetrantes. El diccionario la define así: «Coplilla que suele cantarse en las iglesias o en la calle». Esta definición de la saeta, como cante vinculado a la iglesia, fue dada por la Real Academia de la Lengua a partir de 1803 porque, ya desde el siglo XVIII, los franciscanos de Andalucía comenzaron a llamar saetas o, más concretamente, «saetas penetrantes» a las coplillas que cantaban durante las procesiones de penitencia que celebraban con motivo de las misiones que organizaban por los pueblos y ciudades de la geografía andaluza.

De la misma época, son las saetas del pecado mortal, derivadas posiblemente de las coplas que los hermanos de ánimas cantaban, por la noche, provistos de unos farolillos en cuyos cristales estaban pintadas las benditas ánimas del purgatorio. Estas saetas penetrantes y del pecado mortal no hacían referencia a la pasión del Señor. Eran una especie de avisos o sentencias encaminadas a mover la conciencia del pueblo, a fin de que se arrepintiera de sus culpas y llegara a una buena confesión.

En cuanto a su composición métrica, las hay de dos, tres, y hasta cuatro versos:

«Dios vengará sus ofensas

el día que menos piensas.

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Hermano que estás en pecado,

si en esta noche murieras,

mira bien a dónde fueras»

Los Rosarios de la Aurora recogen estas coplillas y las cantan de madrugada, como podemos comprobar todavía en los Auroros de Arriate, la Esquila de Riotinto y los Campanilleros que tanto abundan por los pueblos de nuestra tierra. ¿Quién no recuerda algún Rosario de la Aurora con esta coplilla de fondo?

«El demonio al oído

te está diciendo:

«No vayas al Rosario,

sigue durmiendo».

(Los interesados en profundizar en el tema pueden consultar a García Durán, Hipólito Rossy, Aguilar Tejera, Joaquín Turina, entre otros).

A todo esto hay que unir los romances que cantaban los trovadores ciegos, entre ellos el Romance de la Pasión y Muerte de Cristo, y los sermones que empezaron a celebrase al aire libre con la participación del pueblo, y que van a influir en el nacimiento de la saeta llana o litúrgica, preflamenca y que afortunadamente, junto con la flamenca, se conservan en pueblos como Arcos de la Frontera, Marchena, Cabra y, cómo no, la saeta cuartelera de Puente Genil, cantada de forma dialogada por los hermanos en los cuarteles, es decir, en sus casas de hermandad.

Las cofradías de pasión se vieron seducidas por los cantos de los hermanos de ánimas, auroros, campanilleros, y acabaron asimilando esos cantos y dándoles un contenido temático referente a la pasión y muerte de nuestro Redentor.

En nuestra ciudad, también se comenzaron a interpretar saetas al paso de las procesiones. Málaga fue definida por Antonio Machado como «Málaga cantaora». Nosotros creemos que también le podríamos añadir el calificativo de «creadora». Aquí brotaron profundas raíces del flamenco, que partiendo de los verdiales, preflamencos por supuesto, fueron germinando en ramas de cantes abandolaos, malagueñas, granaínas, fandangos de Lucena, Puente Genil, cantes de Levante... Toda esta riqueza compositiva también se desarrolló en el tema que nos ocupa, creándose estilos propios de saetas reconocidos por eruditos en congresos de arte flamenco.

En el mundo cofrade de Andalucía se habla, sin rodeos, de la saeta malagueña de Antonio de Canillas y de la reciente creación de Pepe de Campillos. En Málaga, en 1948, nació la costumbre de rematar la saeta por seguiriya con un cambio por martinete. Costumbre que ha arraigado en otras provincias, como demuestran las interpretaciones de los concursantes que participan en el Concurso Nacional de Saetas «Ciudad de Málaga».

Por contra, algunos cantaores malagueños están dejando de interpretarlas. Puede ocurrir que, pasado algún tiempo, alguna otra localidad se la atribuya, o le cambie el nombre para no reconocer su origen verdadero. De hecho, ya ocurre con la denominación de «paso malagueño» a la forma de andar de nuestros tronos, al que se le llama en alguna ciudad «paso marinero». Pero da igual la denominación, sólo hay que ver a nuestros tronos avanzando por Carretería, Larios o bajo el palio verde de la Alameda, para reconocer que los hombres de trono malagueños son capaces de dar a nuestras procesiones una majestuosidad y belleza únicas e incomparables. (Nuestra admiración y respeto siempre, para los hombres de trono).

Menos saetas. Creemos que, desde hace unos años, se escuchan menos saetas al paso de nuestros Cristos y nuestras Vírgenes. Consultados algunos profesionales, coinciden en que últimamente son más demandados en la provincia que en la propia capital.

Frente a todo esto, cada vez estudiamos mejor nuestros recorridos y, desde hace unos años, hay hermandades que hacen una cruceta musical, repartiendo CD entre sus hombres de trono con las marchas que se van a tocar durante el recorrido. Para los más profanos, se determina qué marchas se van a tocar en cada punto del recorrido. Esto, lógicamente, es positivo. ¡Cuánto hemos avanzado desde el simple tambor de cola que marcaba el paso de nuestros tronos! Pero también se pierde espontaneidad. Y, a veces, cuando un cantaor quiere cantarle a una imagen, se encuentra con que el trono no para, bien porque ya está determinado cómo va a hacer cierta maniobra, o bien porque tiene que cumplir su horario y no puede retrasarse.

Esto no es una crítica, ni mucho menos, sino una reflexión en voz alta, ya que hemos ganado mucho en orden y organización, afortunadamente, pero cierta flexibilidad tampoco vendría mal. En cuanto al costo, tampoco parece que sea un obstáculo muy significativo. Por tener una referencia, sería inferior, por ejemplo, a lo que supone una capilla musical, claro que ésta acompaña en todo el recorrido.

Pero, insistimos, entiéndase como una reflexión en voz alta, asumiendo que cada cofradía o hermandad es soberana de hacer su estación de penitencia como decidan sus hermanos. Desde luego, no estaría mal cuidar un poco nuestro patrimonio y acervo cultural, ya que es rico, plural y, lo más importante, original.

Por último, nos gustaría terminar esta sugerencia permitiéndonos la licencia, de escribirle esta letra a Nuestro Padre Jesús de la Humillación, ya que no sabemos cantar:

«Ya viene la Humillación:

con sus manitas atás

lo llevan en procesión.

¡Percheleros, despertad,

mirad al Hijo de Dios!»