María Felicitación Gaviero no podrá olvidar nunca el año 95, ese en el que su vida se encauzó por un doble camino cofrade, pues fue entonces cuando entró a colaborar en el taller de Salvador Oliver y al mismo tiempo, cuando conoció a su hoy marido Francisco González, ex hermano mayor de la Crucifixión, quien le animó a entrar en esta cofradía del Lunes Santo –este año entristecida por el sino de la lluvia– y de la que Felicitación es camarera de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad.

«Empecé a trabajar en el taller de Salvador Oliver con 18 años, entré a aprender y a echarle una mano y allí me dije: Esta es mi vocación», confiesa.

Aunque para hacer aflorar esa vocación también jugaron un papel las clases que su madre recibía de corte y confección. «Ella me llevaba cuando yo tenía 10 o 12 años, me ponía con trozos de tela y aunque era un juego de niños, allí ya había algo».

Con la colaboración de su marido, que le ayuda en el trabajo, y tras siete años en el taller de Salvador Oliver –compaginando una temporada en la Universidad, estudiando Gestión y Administración– decidió dedicarse enteramente al bordado, «que me relajaba, me tranquilizaba y encantaba», explica.

Así que, en 2002, embarazada de su primer hijo, montó su propio taller, que se encuentra en su casa, junto a la Alameda de Barceló, un espacio amplio y bien iluminado en el que se respira alegría y esa tranquilidad de la que habla.

Quizás sean éstas las claves por las que su trabajo no deja de asombrar. Un labor que, detalla, «intentamos hacerla lo mejor posible», y que comienza con un diseño dibujado previo, a continuación se sacan plantillas de cada pieza en una tela de fieltro y se borda en diferentes hilos de oro. «Hay diferentes texturas para darles distintos relieves a los bordados, después bordamos en oro pero las puntadas las damos con hilo de algodón para hacer los dibujos y una vez bordadas las piezas, las cosemos en el terciopelo y por último, tras darle su relieve le pasamos un perfil, un cordón que se le da alrededor para perfilar la pieza».

El relieve, por cierto, suele ser muletón, un tipo de tela parecido a la lana. María Felicitación también apunta que los diseños previos salen de las buenas manos de Antonio Rodríguez.

Por cierto que el precio actual de un carrete de hilo de oro de tamaño intermedio supera los 400 euros. «Pero lo más caro no es el material sino la mano de obra, por la de puntadas que hay que usar», señala la artista.

Las escaleras de acceso a la casa taller están ocupadas por fotografías y placas conmemorativas de algunas de sus obras. A la hora de hacer un repaso de sus creaciones, resalta que algo muy bonito «fue bordarle un vestido a mi Virgen, eso es lo que más te puede gustar».

También hay que destacar el Senatus para los Gitanos de Sevilla; la restauración del manto de la Virgen de los Dolores Coronada de la Expiración y el vestido conmemorativo de la coronación; el (maravilloso) manto de la Virgen de las Maravillas de Granada –que le ocupó tres años, con un equipo de unas siete personas–; el lábaro sacramental del Cristo de San Agustín de Granada –la primera vez que se hace esta insignia bordada, porque normalmente esta especie de banderola la hace un orfebre–; la túnica del Nazareno del Perdón de Nueva Esperanza; también ha bordado varias piezas para la Virgen del Carmen de Málaga; el manto y la toca de la Salud; el palio de la Virgen de la Merced de la Humildad; el palio de los Verdes de Alhaurín y el vestido de la Virgen de la Caridad del Amor.

En la actualidad, María Felicitación trabaja en un importante encargo institucional del que no puede dar datos. La bordadora malagueña sigue encantada con una vocación que no deja de dar sus frutos. Sueños bordados para la Semana Santa de Málaga.