Postigo de San Juan era un hervidero minutos antes de las cinco de la tarde. Tuvieron que abrir una puerta anexa para que los hombres de trono pudiesen entrar a su sede canónica. Se aproximaba la salida de sus titulares y nazarenos, acólitos, músicos y portadores conseguían llegar a sus secciones para más tarde ser ejemplo de un desfile perfecto.

La tarde comenzaba en las calles de la feligresía con la presencia de Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna, acompañado por la Agrupación Musical Santa María La Blanca de Los Palacios. Era la salida del primero de los cuatro pasos de las Reales Cofradías Fusionadas que se acabó prolongando más de una hora y media hasta la salida de la Señora del Mayor Dolor.

La espera no alteró la pasión del público. Y ninguno de los que se apostaban en los aledaños de la parroquia desestimó la oportunidad que brindaba la cofradía ante semejante desfile procesional. Sino que aguantaron estoicamente y sin impacientarse el largo preludio que abría la estación de penitencia. Túnicas negras y capirotes rojos separaban al Señor flagelado del Santísimo Cristo de la Exaltación. Mecidas muy cortas permitieron que saliese impoluto del templo y enfilase Calderón de la Barca para continuar por Cisneros, Especerías o Puerta del Mar antes de entrar en el recorrido oficial. La Banda de Cornetas y Tambores Esperanza le seguía por primera vez y rompía el silencio que anunciaba la llegada del Cristo de las Ánimas de Ciegos.

Era el momento de que el coronel del regimiento Nápoles 4 de la Brigada Paracaidista diera los primeros toques de campana y su Cristo echaba a andar. La imagen del Crucificado, sobre un monte de claveles rojo sangre que imitaba el color de los cuatro cirios que franqueaban el trono, reforzaba la solemnidad de Jesús ya muerto. Y la protección de los miembros de la Banda de guerra y dos escuadras de gastadores, iba provocando aplausos muy largos cuando sonaba La Muerte no es el final.

El sol iba cayendo y la Banda de Música de la Esperanza comenzaba a tocar en el interior del templo Ánimas de Ciegos. Había llegado la hora de Nuestra Señora del Mayor Dolor y solo se podían percibir los pasos de los portadores. Nada de mecidas, paso largo y sereno requería la salida del trono que estremecía a los hermanos al rozar las macollas del palio en el dintel. Solo la concentración y el esfuerzo casi de los experimentados hombres de trono, dirigidos con eficacia por el equipo de mayordomos y capataces, conseguían que la Virgen se alejase e hiciese visible el símbolo de la Brigada Paracaidista que luce en su manto.

Partía para volver pasada la media noche, tras su paso por la Tribuna de los Pobres, donde deslumbró al sonar como premio a un público entregado Regina et mater, la nueva marcha de Pepe Pérez Zambrano.