El trono del Cristo de Ánimas de Ciegos, estrenado en 1996, de los talleres Caballero González de Sevilla, incorporó el diseño de Jesús Castellanos, partidario de una obra basada en la anterior pero «sensiblemente mejorada», destaca el catedrático de Historia del Arte Juan Antonio Sánchez López.

La mejora implicaba un programa iconográfico serio, en sustitución, por ejemplo, de los escudos militares del anterior trono. En su lugar, «incorporó el discurso propio de un retablo», subraya el experto.

En esta línea, trató de que el trono incluyera unos símbolos «que potenciaran distintos aspectos de la historia de la hermandad» y además añadió los arcángeles que con los faroles escoltan al Crucificado, «recuerdo de los que había en el primitivo trono de Ánimas de Ciegos que se suprimieron».

La novedad en la Semana Santa de Málaga fue la inclusión en el trono de la figura de un pelícano con el nido y tres polluelos a sus pies, pese a ser uno de los símbolos sacramentales más populares. Juan Antonio Sánchez López lo considera muy pertinente en este trono, «dado que entre los distintos titulares que tiene la cofradía estamos ante el Crucificado muerto, siendo, por tanto, la imagen que mejor representa la idea del sacrificio».

El pelícano es un símbolo sacramental y de hecho, en el mismo trono aparecen otros símbolos sacramentales como la custodia. Forma parte de los signos animados, fundamentalmente los que son representados por animales.

El pelícano es además uno de los diez animales que tradicionalmente, desde hace siglos, se consideran alter ego de Cristo. Los otros nueve son la tórtola, el unicornio, el león, el delfín, la abeja, el cordero, el ciervo, el Ave Fénix y la serpiente. Se trata de unos signos que se van configurando desde el siglo IV hasta la Edad Media. «Es el bestiario de Cristo», recalca el profesor, que destaca que cuando se aproxima el Barroco, cuatro de ellos son los que sobreviven: el cordero, el león, el ciervo y el pelícano.

Para averiguar cómo se gestó la transformación del pelícano en uno de los alter ego de Cristo -«uno de los procesos de configuración iconográfica más fascinantes de toda la Historia del Arte», según Juan

Antonio Sánchez López- hay que remontarse a los clásicos, en concreto al griego Aristóteles y al romano Claudio Eliano, que escribieron sendos tratados sobre animales y estudiaron el comportamiento del gran pelícano blanco del río Nilo.

En estos tratados se detalla que cuando el pelícano macho o hembra tiene que alimentar a sus polluelos, pesca unos mejillones de río, los engulle para calentarlos en el vientre y luego los regurgita sobre el pecho para dar de comer a las crías. «La imagen es un gran ave blanca, con los polluelos abajo, que vomita una secreción rojiza. El Cristianismo, de algo que puede ser hasta repugnante, lo reelabora y lo convierte en una leyenda según la cual cuando el pelícano no tiene con qué dar de comer a sus crías, se abre el pecho en canal con el pico y entonces los alimenta con su propia carne y con su propia sangre»

Este comportamiento, precisa el catedrático de Historia del Arte, es lo que hace que el ave suba al «primerísimo nivel» en la simbología cristológica eucarística como imagen de la filantropía, «con tanta importancia como el cordero, porque representa a Jesús en el Sacrificio de la Eucaristía, y por eso, en la teología medieval, tanto Santo Tomás de Aquino como San Buenaventura, los dos grandes teólogos eucarísticos, de forma metafórica se refieren a Cristo como el pelícano divino».

Al ser aupado tan alto en el simbolismo eucarístico, durante el Barroco se produce una «eclosión» de la iconografía de este ave, que está presente en todas las capillas sacramentales y en el ajuar sacramental (custodias, cálices, ostensorios, copones, tabernáculos, sagrarios, elementos textiles...).

El pelícano sigue siendo el símbolo de la filantropía y del amor divino. «De quien lo da todo, hasta la propia vida, por los demás», indica el profesor.