Siempre he defendido la función de la religiosidad popular y de las cofradías en particular, su potencialidad espiritual, base y sustento de las creencias de nuestra gente a través de los últimos cinco siglos y que ha influido de manera decisiva en la presencia de la fe y devoción en nuestros ambientes familiares y sociales.

Las hermandades no son sólo las depositarias de bienes artísticos, de mayor o menor valor, ni la depositaria de actos tradicionales de mayor o menor relevancia, que también lo son. Las hermandades son instituciones de la Iglesia nacidas y erigidas por la autoridad eclesiástica para el culto a Dios, el apostolado, la evangelización y la caridad, en los que la salida procesional es uno de sus cultos (el más importante, pero no el único).

Los cofrades somos los altavoces de la Palabra de Dios, en un mundo que silencia su nombre, que lo evita, que lo deforma con el relativismo del que todo lo reduce a trivialidades.

Las hermandades son un gran voluntariado pero, aunque parece que no se nota, en nuestras hermandades, vestidos de lo que se vistan, no faltan participantes inmaduros, vanidosos, frívolos o sordos a lo que representa la salida penitencial. Pero también son hermanos nuestros, porque así lo admitimos, todos los que, integrando la nómina de su hermandad, se comportan con el distanciamiento de algunos socios de entidades recreativas o culturales, que satisfacen su ego y su cuota mensual, sin otra participación que la de formar un día al año en su procesión.

Durante los años que he servido a mi cofradía, he intentado hacerlo con rigor, con honestidad y coherencia con los postulados de la Iglesia, tanto en mis exposiciones como en mi vida. Intentado transmitir que el Credo que sostiene nuestra fe y los valores morales que la encarnan, no están a merced del gusto de cada uno. A los que se fabrican un catolicismo a la carta, les he recordado que la fe de la Iglesia, tal como nos la han transmitido y como la enseña a interpretar el Magisterio, partiendo siempre de las Escrituras, se cultiva con la oración y con experiencias de fe, de amor y de esperanza que transforman y renuevan nuestra vida. En definitiva, seguir siendo creativamente fieles a la tradición humanista y cristiana, haciendo oración y enseñando a rezar, en esta sociedad laicista donde no se escucha hablar de Dios ni de su Madre.

La generosidad es la inclinación de la persona a anteponer el bien de los demás a la utilidad e interés propio. La generosidad es sinónima de liberalidad, largueza, de entrega de algo sin pedir a cambio nada. Es la virtud por la que ofrecemos lo que tenemos a los demás sin querer ni esperar nada de ellos. La generosidad es una virtud que quien la posee y cultiva, se ve favorecido por el respeto de los demás y por el apoyo de tu familia. Todos entendemos la generosidad como la acción de ofrecer y dar a los demás algo que nosotros tenemos. Pero no siempre, la generosidad consiste en algo material, que se da y ofrece a los demás, sino que en multitud de ocasiones la generosidad es una actitud para estar dispuestos a escuchar, comprender, ayudar, favorecer y colaborar en la tarea de los demás, en la labor colectiva.

Sinceridad y lealtad. A lo largo de estos años he tenido la responsabilidad de un mayor trato personal con muchos hermanos. He procurado siempre estar disponible para el diálogo, siendo sincero y leal en mis decisiones. He accedido a todo lo que veía conveniente y favorable para la hermandad y he procurado siempre explicar y razonar cualquier negativa, escuchando los consejos, pero tomando mis propias decisiones, dado que la responsabilidad me fue a mí encomendada. En la hermandad no cabe el activismo, el individualismo, el cansancio, la resignación, la improvisación, las divisiones. Y sí, el proyecto de vida y la misión de testimoniar con palabras y obras que no hay otro Omnipotente que el Señor, sintiéndonos portadores del don del Evangelio. En pocas palabras, ¡No tomar el nombre de Dios en vano! Siempre he creído que a la cofradía se le sirve desde cualquier lugar, no necesariamente desde la junta de gobierno. Los cargos, hay que verlos en la perspectiva del Evangelio ; «estamos para servir no para ser servidos».

En las hermandades, debemos acostumbrarnos a elegir y a cultivar nuestras amistades de un modo profundo y verdadero. Apartando de nuestro camino a los falsos amigos, los aprovechados y los oportunistas, los vanidosos y los egoístas. Es necesario dar y dar sin un objeto premeditado de recompensa o de posibles beneficios materiales.

Y tras esta exposición de objetivos, ¿cómo me ven los antiguos compañeros de junta? Sencillamente no me ven. Como si la Virgen, para preservarme, ya que no tengo nada que «ofrecerles», sólo mi testimonio, me cubriera con un manto de invisibilidad. ¡De verdad! No ,me ven. Los mismos que antes no me dejaban moverme y me agobiaban con continuas felicitaciones y llamadas, pasan por mi lado, y no me ven. ¡Qué grande eres María!

«Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian, pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir, llamó amigo al que lo entregaba y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron». (S. Francisco, 1Reg. 22).