Como si del perfil de una red social se tratase, los cofrades malagueños mutaremos nuestro estado actual durante los próximos siete días, con la presumible y única finalidad de redimir nuestras culpas para así plagar nuestro time line de buenas y gratificantes intenciones. De Penitencia, sí, pero sin agobiar y es que al parecer, el estado de contenida relajación se ha instalado en la casa hermandad de los que nos hacemos llamar cofrades. Los horarios e itinerarios nos traen a maltraer ¡Qué no son horas, oiga, que mañana es laborable! ¿Para quién? Deben pensar algunos. Mientras tanto y a la espera de los hechos, desde San Julián se sigue debatiendo la necesidad, o no, de hacer frente a este modismo latente en una sociedad que adapta su ser cofrade al ritmo lento y cadencioso que marcan los nuevos tiempos.

¿No sabemos ni queremos los cofrades vendernos mejor? Lo temporal es recurrente y es que algunos, quizás muchos, deban pensar que antes de lucir túnica de terciopelo, cíngulo de esparto o bilocular antifaz, los cofrades deberíamos proyectarnos hacia el exterior con mayor conocimiento de causa, siendo un claro reflejo (durante los 365 días del año) del erótico mensaje que subyace a la luz de los Evangelios. Para qué engañarnos, este año la hemos liado parda.

Un semana para cambiar el mundo, una semana para demostrarnos a nosotros mismos que en nuestra cruz está nuestra penitencia. La génesis de nuestro ser como cofrades, entendiendo el ser cofrade como una bendita vocación, nos ha de llevar durante los próximos días a ser mejores personas, ceñirnos el cíngulo de la verborrea autocomplaciente y dejar de proyectarnos hacia el exterior como seres que buscan en cada rincón y en cada esquina, una cámara que pueda captar nuestra faz más hipócrita. Siete días para cambiar el curso de unos hechos que nos han llevado a elevar la nómina de exabruptos cofradieros a cuotas nada desdeñables.

Benedicto XVI, que de tonto no tiene un pelo, nos invitaba a vivir la Cuaresma bajo el cobijo espiritual del siguiente mensaje: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras». Y es que en todas las casas cuecen habas, pero no por eso, debemos dejar de reparar en que son muchos los cofrades que enarbolan la bandera del sentir cofradiero de manera indisoluble a su ser como cristianos.

Durante 168 horas, 10.080 minutos y 604.800 segundos, vamos, una semana, los cofrades seremos llamados a filas para meter el hombro y ser agentes evangelizadores del mensaje que emana de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. No importa nuestro lugar de procedencia, los caprichos meteorológicos, ni tan siquiera el lugar que ocupemos dentro o fuera de la procesión. El mensaje siempre será el mismo: ¡Toma tu cruz y sígueme! ¿Estamos dispuestos? ¡Que así sea!