La hermandad del Sepulcro y la Virgen de la Soledad volvió a rubricar un desfile de gran talla el pasado Viernes Santo, una jornada marcada por un agradable buen tiempo y por un adelanto general de la salida de las cofradías. Ello se reveló como un acierto, pues hacerse a la calle 45 minutos antes no sólo proporciona que el cortejo fluya con más agilidad sino que, en la recogida, siempre haya más gente. No hubo parones. Habría que seguir explorando esta vía entre todas las hermandades del Viernes. Este año, además, la hermandad estrenaba los cuatro ciriales de la sección del Cristo y ha dado más protagonismo en la cruceta del Señor a la marcha dedicada a su titular, Señor del Sepulcro, de Antonio Gutiérrez, que ya se tocó en Carretería en 2014 y que este año se ha interpretado en más momentos.

Con una calle Alcazabilla repleta de público, el cortejo se hizo a la calle llenando con sus túnicas negras la vía. Dos timbales roncos abrían el desfile. José María Souvirón, ex hermano mayor y antiguo mayordomo del Cristo, dio las campanadas en el trono del Señor, que se hizo a calle con la Marcha Fúnebre de Chopin.

Sólo el crujir de los varales telescópicos, que flectan y reparten más el peso, y el ruido del roce de los zapatos con el suelo, rompían el silencio de la tarde que, a ratos, se combinaba con murmullos de oración. Algunos hombres de trono rezaban el Ave María y el Padre Nuestro. Ya en la Alameda, el Señor se cruza con la Virgen de la Piedad y luego con la Soledad.

Otro acierto: por primera vez, dos timbales roncos se sitúan tras el Cristo en Císter. El Patio de los Naranjos estaba lleno de devotos y el cadencioso avanzar del trono con el sonido hueco y profundo de los baquetazos dotaba a la escena de mayor fuerza expresiva. Contención.

Magnífica también la curva para entrar a Císter desde Duque de la Victoria pasando por San Agustín con la marcha Señor del Sepulcro. El año que viene, posiblemente, se introduzca alguna marcha más.

La Virgen de la Soledad hizo también una curva bellísima para entrar al Císter, ya en el ocaso de la procesión, precedida de una petalada, pasando además por el mosaico que se le dedicó en esa calle. La dolorosa lucía imponente sobre su trono con la candelería encendida y un exorno floral clásico de calas blancas. Ya pasadas las tres y media, tuvo lugar el traslado de vuelta a Santa Ana, un broche de único para una noche de duelo.