La hermandad del Santísimo Cristo de la Paz y la Unidad y Santa María del Monte Calvario hizo el pasado Viernes Santo una gran estación de penitencia, envolviendo, como es habitual, el dolor por la pérdida del Señor en silencio y recogimiento por las calles de la ciudad. Pero esta cofradía espera con ansia la procesión extraordinaria de su titular mariana el próximo 8 de octubre, para celebrar los 75 años de la imagen.

Más allá de la celebración de lo que ha de venir, la hermandad volvió a vestir de luto el Centro Histórico. El silencio lo presidía todo y las miradas de los nazarenos se perdían en oración. El Cristo de la Paz y la Unidad bajaba pasadas las cinco de la tarde por la Cruz Verde para incorporarse a la calle Peña. La Banda de Música de Miraflores interpretaba, en ese momento, Cristo de la Sed, una marcha magnífica muy adecuada para las crucetas del Viernes Santo. Había poca gente siguiendo la procesión, aunque su número aumentaba conforme la cofradía avanzaba en su recorrido hacia el itinerario oficial. La mecida del trono era suave y casi ni el sonido de los pasos trascendía más allá del eco del recogimiento.

Impresionante es, por cierto, ese grupo escultórico del que forman parte la Virgen de Fe y Consuelo, las marías y los varones.

Ya casi a las seis de la tarde, los nazarenos, tocados con túnicas, capirotes y cíngulos de color negro, anunciaban la llegada de la Reina del Monte Calvario, impresionante talla de Luis Álvarez Duarte. En el trono, la Virgen habla en sacra conversación con San Juan. Detrás, la Banda de Música de la Paz interpretaba Saeta malagueña, mientras que la dolorosa se hizo a la calle con la marcha dedicada a su advocación.

Cuando la noche fue cayendo, la cofradía dejó huella con su buen hacer cofrade, repleto de contención y oración silenciosa. Una cofradía de Viernes Santo.