El trono de Nuestra Señora de los Dolores cuenta con un cajillo diseñado por Juan Casielles en 1978 que supone, para Juan Antonio Sánchez López, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, «un experimento totalmente rupturista en el ideario estético de la Semana Santa de Málaga», al contar con compartimentos rectangulares que, en lugar de estar labrados por entero de orfebrería, incorporan unas mallas bordadas, finalmente diseñadas por Fernando Prini, una singular referencia a los respiraderos de los pasos de palio sevillanos, señala el experto.

En relación con el programa iconográfico, la capilla principal está dedicada a la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel que evoca el himno mariano por excelencia, el Magnificat. Por este motivo, hay una secuencia de santos en madera de limón, un material que no se había utilizado antes en la Semana Santa de Málaga, «con una textura muy interesante porque el efecto visual es prácticamente idéntico al marfil».

La imaginería del frontal la ejecuta Carlos Valle, mientras que a Suso de Marcos corresponden los santos restantes situados en los laterales y la trasera.

Todos ellos tienen en común que se trata de una galería de santos marianos, «que a lo largo de su vida destacaron por su acendrada devoción y defensa de la Virgen».

Pero hay una segunda característica en estas piezas, apunta el catedrático: Suso de Marcos se inspira, pero «dándole su toque personal», en la sillería del Coro de la Catedral de Málaga, algo que también había tenido en cuenta Juan Casielles.

La figura original de San Francisco de Asís, realizada por Pedro de Mena, es el prototipo de una de sus series iconográficas más importantes, que culmina en el San Francisco de la Catedral de Toledo.

Suele ser demasiado habitual describir la figura tallada para el coro por Pedro de Mena como la de un San Francisco en éxtasis, al tener las manos dentro del hábito y mirar hacia arriba, pero en realidad se trata de San Francisco difunto. Como explica este experto en Historia del Arte, autor del clásico ensayo El alma de la madera, el motivo coincide con la renovación iconográfica que se produce en el siglo XVI, cuando una orden emergente como los jesuitas «rompe todos los moldes».

También en el terreno de la iconografía, con la popularización de los santos jesuitas y sus aparatosos milagros, supone «un aviso para navegantes» a las restantes órdenes religiosas que hacen suyo el dicho de «renovarse o morir».

En el caso de los franciscanos, la iconografía de los siglos XIII al XVI representa las famosas historias de las florecillas e «historias populares, entrañables como la de San Francisco hablando a los pájaros o predicando a los peces», pone de ejemplo el catedrático, que cuenta que los franciscanos reflexionan y concluyen que no es suficiente y por eso inventan dos temas: En primer lugar, el abrazo entre San Francisco y el Crucificado, «un tema que puede decirse que los franciscanos se apropian de los cistercienses» y el segundo, una suerte de «novela en clave histórica, con una presunta fecha real».

Según esta historia, a finales del siglo XV, el papa Nicolás V visita Asís y pide rezar delante de la tumba del santo, pero los frailes le dicen que no es posible, porque a causa de unas obras resultaba inaccesible. Sin embargo, por casualidad uno de los componentes del séquito descubre una puerta «que nadie había visto hasta ese momento» y que conduce a una iglesia subterránea con tres naves. Al final del templo descubren que San Francisco está de pie, sobre el sepulcro, con las manos enfundadas en el hábito y mirando hacia arriba con los ojos profundamente abiertos.

«Cuando el Papa se acerca y levanta el hábito observa que de los estigmas sigue manando sangre fresca», señala el experto, que resalta que esta historia se difundió de inmediato y comenzó a representarse por Europa con todos los personajes, como si fuera una escena.

«En España, Gregorio Fernández en escultura y Zurbarán en pintura lo que hacen es descontextualizar a San Francisco del resto de personajes y lo convierten en una imagen exenta, que se difunde entre los artistas».

Y aunque el prototipo escultórico fue de Gregorio Fernández, «quien lo define magistralmente es Mena en el Coro de la Catedral de Málaga, una figura completamente estilizada que podría ser del siglo XX» y que es la cabeza de serie de un sucesivo elenco de versiones posteriores.

Suso de Marcos, «un artista con las ideas muy claras, muy personal y comprometido con lo moderno», no reproduce ninguna de las figuras sino que les da una visión moderna y propia que puede disfrutarse hoy en el trono de Nuestra Señora de los Dolores.