Al día siguiente del fin de la Guerra de Troya, las mujeres troyanas son repartidas como botín entre los vencedores como esposas forzosas o esclavas sexuales. La tragedia clásica de Eurípides se convierte en un grito femenino, un clamor contra las consecuencias de la guerra y en defensa de igualdad y la tolerancia. Los clásicos, de plena vigencia. Aitana Sánchez-Gijón [Roma, 1968] encarna a Hécuba al frente de un cartel que incluye también a la malagueña Maggie Civantos, Alba Flores, Miriam Iscla o Ernesto Alterio en el papel de Taltibio. Troyanas llegará al Festival de Teatro de Málaga los días 12 y 13 de enero. Aitana -un rostro conocido tanto en televisión como en la gran pantalla y los escenarios- fue la primera mujer en presidir la Academia de Cine española, una pionera en eso, una abrecaminos, pero coincidiendo con su espléndida madurez ha dejado de trabajar en el cine como solía. Y así lo denuncia.

Una serie de televisión de éxito, un rodaje en Vietnam, teatro, maternidad... usted sí que es una heroína.

[Ríe] La serie ya terminé de grabarla. Ahora estoy solo con Troyanas.

Medea primero y ahora Hécuba... Ha encadenado dos tremendos personajes del teatro clásico.

Estoy metida en una espiral de tragedia que no hay quien me saque... [Ríe]

¿Por qué los clásicos siguen teniendo vigencia?

Porque hablan de lo que somos. Porque nos ponen un espejo enfrente, nos reflejan, con todas sus luces y sus sombras. Y porque sirven como catarsis. Provocan la reflexión y es ahí donde afloran los sentimientos más ocultos, los sentimientos más crudos y los sentimientos más oscuros. Es un proceso liberador, doloroso porque sacar a la superficie lo que está en lo más hondo siempre lo es, pero liberador.

¿Y a la Aitana mujer también le llega a afectar el trabajo en escena de la actriz, se lleva la reflexión a cuestas, le toca en su yo más íntimo?

Me afecta pero a un nivel que no soy capaz de racionalizar. Son cosas que afectan más allá de lo racional. Sentimientos profundos y ancestrales que te enseñan que no somos nada más que el eslabón de una cadena. Por eso seguimos bebiendo de las fuentes del teatro griego. Porque se mueve a un nivel más del inconsciente. Decían [Carl Gustav] Jung y Joseph Campbell [El héroe de las mil caras] que la tragedia es el inconsciente colectivo [ambos defendían y aplicaban la teoría de la tragedia clásica como interpretación existencial] y tú estás buceando ahí. Así que sí, algo te está pasando, no sales indemne.

Troyanas habla de las mujeres como grandes víctimas de la guerra.

De la impotencia de las víctimas de la guerra, de las mujeres como botín de guerra. A las troyanas se las sortea, se las cosifica, se las trata como objeto de cambio. No es que las víctimas hombres tengan un destino mejor, pero a ellos al menos se les permitía morir heroicamente en la batalla mientras que a las mujeres se las repartían como botín. Esta es una reflexión fundamental: el grito de las mujeres, porque el montaje de Carme [Portaceli, la directora de la obra] va más allá del lamento -Troyanas de Eurípides es un gran lamento, una sucesión de tragedias, una tras otra- y su resiliencia, la capacidad de resistir y rehacerse de las mujeres. Eso se ve muy bien en Hécuba [el personaje principal que ella interpreta], que es un poco la voz de todas, una mujer que va cayendo, cayendo... pierde a sus hijos, su marido, su nieto y su patria y tiene muchas veces la tentación de dejarse morir, de dejarse caer, pero el impulso vence a la muerte y también la necesidad de que la injusticia no prevalezca, que no se imponga el silencio. Como dice la frase final, «no dejemos que se queden con toda la luz de este mundo». Que la última palabra no sea la de ellos. Es la necesidad de reivindicar la palabra, la memoria. Es decir ‘mientras sigamos aquí, no nos rendiremos, sigamos adelante’. Y por eso lo que queda es la esperanza.

¿Es esa la misión del teatro: revidindicar la palabra y la memoria y salvaguardar así la esperanza?

El teatro siempre es político, incluso cuando parece simple entretenimiento. En realidad cualquier acto es político, porque te posiciona frente a la realidad. En la versión de [Alberto] Conejero están las Troyanas, pero también hay algo de Hécuba [también de Eurípides] y de la Iliada [Homero] y todas remiten tanto a sucesos actuales... Ves las ruinas de Troya y ves Alepo destrozado, ves a esas mujeres y ves a las refugiadas sirias. Porque, como se dice en la obra, no se trata de ganar la guerra, sino de negar el futuro. De lo que se está hablando es de los exiliados, de la guerra, no de cuestiones y de lugares lejanos.

El caballo de Troya nos parece leyenda, pero luego lees las noticias y ves que no es solo literatura...

De literatura nada. Estamos hablando de aquí y ahora. No puede tener más actualidad.

Decía Penélope Cruz que le llevan preguntando desde los 25 años si no le preocupa envejecer. A un actor nunca le plantean ese tipo de cuestiones.

Sí. La verdad es que yo no he dejado de trabajar en ningún momento y en el teatro estoy interpretando ahora los mejores papeles de mi carrera. Además acabo de terminar una serie de éxito y de calidad, pero en el cine he hecho prácticamente una película o dos en los últimos años, estoy prácticamente desaparecida del cine. Y coincide que todo eso ocurre a partir de los cuarenta (años). Yo no paraba de trabajar en cine y de repente... A veces incluso te preguntas: «¿Será que yo no valgo?». Pero no, no es así, porque estás trabajando, porque vales para otras cosas de modo que también para esa. Así que sí tiene que ver, ahí hay un escalón de edad. Y yo lo he notado.