Corrían los años 30, cuando Miguel de Molina llenaba los tablaos flamencos, esos que enseñaba a los turistas diez años antes para ganarse la vida. El brillo que emanaba de la sugerente mezcla entre vanguardia y tradición de su actuación movía masas. «Bien pagao», los teatros le ofrecían 40.000 pesetas por una actuación en sus tablas. Veinte años después, el régimen, incómodo, le echó a patadas tan enérgicas que le hicieron saltar al otro lado del charco, hasta instalarse en Argentina. Después, nada se supo. La gente que llenaba sus actuaciones en el pasado, callaba ante la decisión del franquismo y, sobretodo, después de conocer su elección sexual. Ángel Ruiz quiere da ahora la voz a quien no la tuvo cuando la necesitó. A aquel que tapó las heridas que le dejó esa España que le echó a patadas por «vivir su libertad». Esa España a quien le resultó molesto por ser un fenómeno de masas, de izquierdas y abiertamente homosexual. Y lo hace en Miguel de Molina al desnudo, una obra renovada, musical y dirigida por Félix Estaire que acogerá el Teatero Cervantes este fin de semana.

El actor que, casualmente, ya había interpretado a Federico García Lorca en El Ministerio del Tiempo, «por su mágico parecido», consigue ahora encarnar al que consiguió seducir al mismísimo Lorca, Rafael de León o Manuel de Falla. «Parece ser que soy un actor que le gusta personificarse en personajes reprimidos por el régimen», bromea.

En sus palabras, la idolatría hacia «el maestro de la copla libre» brotaba por sí sola. El actor reconoció que antes de preparar el texto conocía «vagamente» la figura del coplista malagueño, pero que fue después de leer sus cartas y escuchar la entrevista de una hora que le hizo el periodista Carlos Herrera fue cuando pudo conocerle. La muestra que el coplista exponía al público de su persona: ególatra, altanero y seguro de sí mismo escondía mucho más. «Miguel de Molina fue un hombre atormentado por el rencor que guardaba a quien le abucheó cuando antes le aplaudía. Sin embargo, también fue un hombre que, ante la adversidad, se reía de sus sombras. Un hombre con gustos tragicómicos».

Miguel de Molina, sin embargo, no era folclore. «Era copla». Era un movimiento popular, era la voz de la poesía interpretada con música de fondo. «El folclore son abanicos, batas y espectáculo». Y él lo era, pero sin necesidad de una gran puesta en escena. Y así lo reivindica Ángel Ruiz que, acompañado únicamente por el piano de César Belda, reproduce un monólogo que recorre la vida del coplista, desde su infancia hasta los fugaces encuentros con Lorca y la tortura que sufrió ya terminada la Guerra Civil.