Ya están inmersas las cofradías y hermandades malagueñas en las fechas de reparto e inscripción de nazarenos y hombres de trono. Las casas de hermandad se han convertido en un hervidero de hermanos que vuelven a casa por Cuaresma para recoger la tarjeta de sitio, de cara a la ya cercana salida procesional. Sin embargo, todos los años me hago las mismas preguntas: ¿estamos cuidando los cofrades la figura del nazareno? ¿Fomentamos cantera? Es muy habitual observar cómo las filas de penitentes de nuestras cofradías se nutren de adolescentes que antes de cumplir la mayoría de edad andan como locos por meter el hombro bajo los varales.

Somos una ciudad muy tronista y me parece muy bien. Yo mismo colgué el capirote con veinte años para meterme en el trono de la Virgen del Rocío. La experiencia bajo el varal, que dejaré para otra ocasión, no tiene nada que ver con la de taparse la cara y andar como uno más entre los penitentes. He vuelto a salir de nazareno y he comprobado cómo tenemos ante nosotros un reto muy complejo: el de incorporar nueva sangre a las filas.

Los cofrades podemos acercarnos a la sociedad con instrumentos que nunca hemos tenido antes: internet nos brinda la oportunidad de llegar fácilmente a los hermanos y lo que es más importante; difundir y propagar la devoción a los titulares de una u otra cofradía en las redes sociales –léase Facebook– tan populares entre los jóvenes de hoy en día.

Las hermandades deben mimar la figura del nazareno, hacerlos sentir orgullosos con su participación y recuperar para estas filas a aquellos hombres de trono que por edad u otro motivo dejaron de meter el hombro. No entiendo cómo puede haber personas que, después de treinta años llevando a sus titulares, prefieren un traje y no vestir el hábito de nazareno.