¿Ya lo saben? ¿Ya lo notan? ¡Sí, ha empezado la Cuaresma! Los poetillas aprovechan el aroma del jazmín y el olor a incienso para cuadrar sus ripios, los que darán forma a los pregones que jalonarán nuestras vísperas con actos de interés variable, como las hipotecas. Estos cuarenta días de reflexión y recogimiento acaban por convertirse en semanas de frenéticos últimos retoques, que nunca son el último; últimas llamadas, que nunca son las últimas porque no acaban de llenarse los varales; en los partidos de La Rosaleda alguno empezará a tararear La Saeta aunque a lo mejor este año suene raro, y así un sinfín de problemas que surgen en el devenir de la vida del cofrade, tales como que el clavel anunciado a los medios de comunicación traerá una tonalidad más violácea que amoratada. Una nimiedad que para algunos puede significar el fin del mundo.

Cuando empiezan los viernes cuaresmeros, además, también brotan personajes que sobra calificarlos y explicarlos a estas alturas del partido y que llegan para tratar de enseñar a nadar a los peces. Pero aparecer aparece siempre, por muy trasnochada que esté, la figura del ínclito cuaresmero que desciende de la pata del Cid cofrade de turno. Éste se asoma al reparto de túnicas o al tallaje a solicitar privilegios y derechos de pernada… vamos, que va buscando el exterior o un puestecito cómodo. Sin embargo, en este sentido me gusta recordar las sabias palabras de un pregonero que dijo cosas interesantes –es raro, ya-: «La honra cofrade se gana a través del trabajo diario, en albacería, tesorería, en los varales, en las secciones de nazarenos, en cualquier sitio donde se precise de la colaboración de los hermanos, pero nunca, pues aquí no hay privilegios de cuna, nunca a través de unos apellidos en el carnet de identidad».

Coda: Si alguien esperaba una receta de cómo hacer el bacalao con tomate siento haberle defraudado.