La protagonista siempre es la Estrella. La que concita mayor expectación por parte del público. La que se espera en escena con impaciencia. Hay sobradas razones para que lo sea, para que la atención sea persuadida, para que se le espere siempre con verdadero interés. El guión y la escaleta se adaptaron ayer a una versión más clásica. Los aledaños del antiguo cenobio dominico esperaron ayer, con impaciencia, para ser inundados por la emoción de antaño.

Porque como antaño, sigue brillando. Cuarenta y dos años después, cuando el dintel de la nave de la epístola se ensancha para dejar paso a su joyel de caoba y plata renovado. Como aquel seis de abril de 1971, en que la devoción se alió con la generosidad y se hizo trono, la emoción sigue siendo toda. Dicha generosidad tuvo nombre propio, Mercedes Sansa.

Conviene hacer memoria que, lejos de anclarse en el pasado, significa reconocer los certeros aciertos de aquellos que nos precedieron en el tiempo. Ésta, sin duda, es la historia de una juiciosa perspicacia. Corrían los últimos años de la década de los sesenta cuando José García Ojeda, actual consejero y hermano mayor entre 1987 y 1995 de la Hermandad de la Humillación, frecuentaba una tertulia en el entonces hotel Niza. Los temas eran variados, pero nunca faltaban la Semana Santa y la joyería, su profesión. A estas, se sumó una barcelonesa que pasaba largas temporadas en nuestra ciudad debido a la benignidad de su clima y el bien que éste le hacía a su problema bronquial. Fue aquí donde esgrimió su interés por la Semana Santa, y donde se trabó la amistad. Un Martes Santo, el mayordomo de trono, tuvo la feliz idea de hacer coincidir un descanso de los hombres de trono con el balcón donde ella admiraba el discurrir del cortejo. Se le obsequió con una canastilla de flores. Cuyo parangón ella correspondió con un trono. Nunca unas flores fueron mejor amortizadas.

En todo este cúmulo de circunstancias intervino el entonces hermano mayor, Paco Lara, quien tras barajar varios artistas se decantó por el profesor de la Escuela de Bellas Artes de Córdoba, Francisco Díaz Roncero. Al cual tuvo la feliz idea de indicarle que la nueva obra tenía que seguir, en líneas generales, las características del trono del Cristo, creado por José Benítez Oliver en 1921. Así, consiguió una unidad formal, y una impronta que la define y caracteriza. Siendo una de las pocas hermandades que posee una personalidad tan determinada como elegante, en la que la combinación de la madera con la plata le confiere una sobriedad que es igualmente adoptada en el resto de enseres procesionales como: bastones, ciriales, faroles, etcétera.

Esta feliz conjunción de ocurrencias hace que cada Martes Santo no se estrene un trono, sino que celebremos su continuidad. Y la disfrutamos porque en primer lugar los criterios iniciales fueron los correctos. En segundo porque la actual Junta de Gobierno los ha respetado. En tercero porque Pedro Angulo ha puesto al servicio de esta obra toda su profesionalidad para devolverle el esplendor de entonces, siendo exquisitamente respetuoso con la misma.

Las consecuencias de estas causas están claras, y la pudimos comprobar ayer.

Por eso buscamos la primera fila. Que el reparto, al igual que el guión y la escaleta, ha conocido una mejor asignación, y la ilusión, yo diría que es mucha, es más, creo que toda. Esta Estrella merece la pena.