Poco a poco fueron mermando los encargos, tan en boga en el XIX, de realizar retratos para la burguesía, grandes monumentos públicos o esas sedes ministeriales repletas de frisos, alegorías y atlantes. Así que Mariano Benlliure (Valencia, 1862-Madrid, 1947), como el sevillano Antonio Castillo Lastrucci o el malagueño Francisco Palma García, volvió la vista a las cofradías.

Corrían los años 30 del siglo pasado y Málaga había sufrido el salvajismo de los incendios del 31, perdiendo casi todo su patrimonio artístico. «Y al desaparecer el primitivo Cristo, la cofradía de la Esperanza decide que lo haga el mejor escultor de España», resalta Juan Antonio Sánchez López, profesor titular de Historia del Arte de la UMA, quien pone de relieve el «riesgo estético» que supuso el encargo. Porque Mariano Benlliure, pese a su fama de artista conservador que además trabaja para el sector conservador, «fue uno de los renovadores de la escultura religiosa».

Esta sugestiva paradoja puede admirarse en el Cristo del Nazareno del Paso, que realizó de 1934 a 1935 (en Málaga no se presentaría hasta un año después de concluida la Guerra Civil). «Es una obra hecha a conciencia, trabajada de un modo que luego las obras después de la Guerra no están», cuenta el doctor en Historia del Arte, quien también resalta la excepcionalidad del Cristo de la Expiración, pese a ser una talla de posguerra de Benlliure.

Como ocurre con Jesús de la Pasión de Ortega Bru, todo está focalizado en la cabeza y en las manos.

A la hora de realizar la cabeza primó mucho su formación del XIX, volcada en el estudio de la historia y la arqueología del mundo antiguo, de ahí que consiga «una evocación de Cristo desde el punto de vista arqueológico o étnico».

Se trata de la representación de un hombre hebreo, un estudio semítico por el tipo de nariz, los párpados y los ojos. Pero al mismo tiempo, un Cristo espiritualizado, y con «experimentos de renovación» como ese llamativo cabello mojado por el sudor y el esfuerzo, «una forma muy inteligente de contrastar los planos más angulosos del rostro con el cabello, que es una cosa como más evanescente y fina».

Para el experto en Historia del Arte, se trata de una demostración de cualidades técnicas del maestro valenciano, quien también brilla en otra faceta: «El catedrático don Antonio Gaya Nuño decía que todo lo que hacía, fuera lo que fuese, conseguía unos efectos de textura que la persona que veía la obra tenía la impresión de que era de arcilla, de mantequilla o cera».

Al mismo tiempo, Juan Antonio Sánchez López llama la atención sobre el hecho de introducir el pan de oro en la talla, a su juicio «un intento de divinizar al personaje».

En cuanto a las manos del Nazareno del Paso son sublimes y para el profesor reflejan esa obsesión de los artistas del XIX por conocer y representar el cuerpo. «Eso hace que en cuanto al calado las manos sean casi una obra independiente; no tienen la tensión ni la crispación de Ortega Bru en la Pasión sino un naturalismo excepcional».

El titular de la Archicofradía de la Esperanza es una obra nacida del más importante escultor español de su tiempo en su última etapa artística.

@alfonsvazquez