En un mercado cualquiera, en un barrio cualquiera, en un puesto cualquiera, se encuentra Clementina y Purificación, y surge la siguiente conversación:

C: «¡Puri hija que mala cara traes esta mañana chiquilla!»

P: «Si Clemen, ¡como que llevo unos meses con un dolor de cabeza que pa´ mí se queda!»

C: «¿Y eso nena?»

P: «¡Ay, Niña! mi Abraham, que desde que entró en el instituto sa´ echao unas amistades que tocan en una banda, y en el verano el niño me dice -Omá; yo me voy a mete en las Funsionarias a tocar el tambor- Y no te puedes hacer un cálculo de la que me lleva da´ el niño con el tamborcito en mi casa».

C: «Jajajaja, ¿a mí me lo vas a contar? ¿Tú no sabes que mi chico, que está ahora en la Esperanza tocando la corneta, empezó en las Fusionadas con el bombo? que por cierto, si lo vieras€ ¡ es el más guapo de to´s ellos! Pues todavía tengo el mueble del salón enterito arañado desde que el niño le daba porracitos con cualquier cosa y la cinta de los bomberos puesta en el radiocasete a to´ pastilla».

P: «Po´ de verdad que este Abraham mío me va a volver majareta un día de estos, venga tacatán tacatán del tamborcito».

C: «Puri te lo digo por experiencia, ya lo verás. Na´ mas que el niño se eche una novia, la banda no te digo que la vaya a dejar, pero ya verás como deja de darte tanto conciertito en la casa€».

P: «Hija Dios te oiga, que buena falta me hace que deje de dar tanto la vara a to´ las horas del día€».

Muchas madres de músicos cofrades podrían sentirse identificadas con lo que estas dos señoras comentan en una mañana de compra rutinaria. Ellas son las que, sin darse cuenta siquiera, con su infinita paciencia, sacrifican sus ratitos de sobremesa, escuchando de fondo las marchas procesionales que, no por repetidas, dejan de entusiasmar a su hijo/a y suena repetidamente desde cualquier reproductor de la casa. Y es que en el fondo, esas madres están tranquilas al ver que su hijo/a ha elegido el sano vicio de la música, que lo mantiene apartado de otros vicios no tan sanos que pululan por desgracia en nuestra sociedad.

Por esto el último artículo de esta sección va dedicado a Ellas -permítanme que la expresión la use mayúsculamente- , a las madres de esos bandarras que, día tras día, mes a mes, y año a año, son sufridoras en primera persona de la pasión extrema de sus hijos. Pero sin una Purificación o una Clementina en nuestras vidas, la música cofrade no gozaría de la calidad actual que tiene. ¡Gracias!

@ersumi