­Es el principio del todo. De la alegría, de la paz interior, del recogimiento. Todas y cada una de las hermandades de la Semana Santa tienen su propia idiosincrasia, y la cofradía de la Pollinica tiene, sin duda, una impronta especial. Ni el cambio de hora ni el intenso Sábado de Pasión pudieron evitar que la calle Parras amaneciera ayer llena. Una estampa que se perpetúa en el tiempo y que, año a año, suma a más adeptos. ¿Qué mejor forma de dar la bienvenida a la Semana Santa que rodeado de niños, incienso y palmas? Ninguna.

PollinicaNuevo trono

La Pollinica salió ayer de su casa hermandad a paso corto mientras lo hacían también sus nazarenos de la iglesia de San Felipe Neri. Palmas y capirotes morados adamascados para inaugurar un Domingo de Ramos soleado y esperado. Ansiado por jóvenes y mayores que ayer se saludaban, se guiñaban, se enorgullecían de ser testigos un año más uno de los días más grandes del año.

El Señor de la Pollinica, que estrenaba trono, bendecía a los malagueños. Sonó Estrella Reina del Cielo con el mando de San Lorenzo Mártir para el deleite de los madrugadores cofrades, que observaban el trabajo del imaginero Francisco Verdugo, que durante tres años se ha esmerado en dar forma al trono que completa el misterio de la Entrada en Jerusalén. El exorno floral fue de nuevo innovador siguiendo la estela iniciada por esta y otras hermandades en otra vuelta de tuerca a la estética: orquídeas, fresias y rosas rojas en las ánforas. Y de manos de uno de los niños que acompañan al Señor en el trono una cesta de flores asilvestradas con una explosión de color en una nueva disposición del grupo escultórico en el que los niños está en primer plano. Los primeros rayos de sol de la mañana se mezclaron con la madera del trono y los portadores, inaugurando varal tras décadas de apego al anterior, se acomodaron al futuro. Sin dorar, bordeó la curva de San Felipe Neri ya en calle Gaona antes para coronar Guerrero. No habían llegado a Dos Aceras cuando María Santísima del Amparo meció sus campanillas dentro del salón de tronos. Sonó Reina de San Agustín para el deleite de los cofrades, que en bulla y cangrejeando fueron sorteando a políticos, cámaras y algún turista perdido. Mientras salían del instituto Vicente Espinel los nazarenos de la sección de la Virgen.

La Virgen avanzó unos metros y la parada duró más de lo esperado a consecuencia de un cable colgón, de un edificio a otro, a modo de comba. Tras enredarse en las macollas del palio y sortearlo con ayuda, la dolorosa avanzó unos metros hasta detenerse ante el Museo del Vidrio, donde una soprano interpretó el Ave María de Schubert ante la atenta mirada de los cofrades. Aplausos, arribas y vivas para la dolorosa de la sonrisa tímida, que se alejó camino del recorrido oficial al son de Virgen del Amparo, interpretada magistralmente por la banda de la Esperanza.

LágrimasUn paso más y siempre adelante

La Mayordomía de Lágrimas, de las Reales Cofradías Fusionadas, ha desarrollado una personalidad propia en diez años. Los que ayer cumplió saliendo en procesión, y no en Vía Crucis como en los años anteriores. Ese carácter ha llegado, incluso, a ser imitado en muchas hermandades, aunque ya saben que por muy buena que sea la copia, nunca llegará al original. Tres rasgos de ese carácter son la coherencia con su apuesta, el cuidado en los detalles y el esfuerzo por mejorar. Tres elementos que se notan siempre en la procesión. Porque si algo puede salir mal, a buen seguro que el error no se repetirá.

Eso ocurrió en 2014, cuando las filas de nazarenos sufrieron cierto desorden y caos que deslucieron a una procesión a la que siempre se le exige el diez. Porque es a lo que ha acostumbrado a los malagueños. Ayer los penitentes avanzaban en filas prietas y ordenadas. El sentido nazareno de la procesión se recupera y el trabajo de fondo empieza a aflorar.

La salida y primer tramo de esta procesión tiene un problema que es achacable a hacer las cosas bien y a la falta de verdadera formación cofrade de muchos malagueños. El trono y los nazarenos actúan casi como dos realidades distintas por la presencia de un nutrido grupo de «cangrejos» que enredan entre los ciriales. Estos intentan aguantar como pueden en formación y creando una cierta distancia de seguridad con el trono, aunque a veces sea imposible. Estos «cangrejos» tendrán una vista privilegiada de una Virgen guapa y delicada como Lágrimas y Favores, pero estropean todo el conjunto y molestan a los integrantes de la procesión. Parece que la solución es complicada.

El trono se ha convertido en una referencia y modelo para muchos. Eso habla muy bien de la gente que durante todo el año está implicada en esta Mayordomía. Su puesta en escena en la calle no es sólo una cuestión de acompasar el movimiento con la música, sino de crear emociones. Y no es fácil conseguirlo. Lágrimas y Favores hay que vivirla aislándose del entorno, de los empujones, de la señora gritando «Antonio» como si le fuera la vida. Lágrimas y Favores es incienso impregnándose en la ropa, sol brillando en el oro de los bordados, las flores aportando detalles de delicadeza, la voz de Manolo Galindo imponiéndose al resto con un «medio pasito a la derecha», los mayordomos con el toque de campana justo, la voz del submarino saliendo de las profundidades ordenando: «quieto, paso largo y mecida», la marcha Candelaria sonando en la calle Nueva, los zapatos de los portadores rozando el pavimento, una mirada a los ojos de la Virgen y, en ese momento, un escalofrío. Eso es Lágrimas y Favores.

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