De solemne y protocolario chaqué, Francisco Luis Jiménez Valverde se colocó tras el atril situado en el mismo centro del escenario del Cervantes. Corbata oscura de topitos burdeos y blancos. El protagonista de anoche iba de estreno. Agasajado por los regalos de los amigos que quisieron acompañarlo en un momento único: desde los gemelos de plata, con la leyenda Rocío Coronada, hasta el pañuelo bordado con sus iniciales. Abrió las pastas de tisú de plata, del mismo utilizado para la saya de la coronación, y se puso a pregonar. ¡Pero a pregonar! Blanco sobre blanco en las tablas del teatro. Recuerdos de los más íntimos en los bolsillos. Medalla corporativa, en el pecho.

Para crear esta expectación contribuyó, de manera decisiva, la banda de la Paz. La que cada Martes Santo se sitúa tras el blanco manto de la Señora. Interpretó un repertorio con las marchas compuestas en honor a la Virgen del Rocío con motivo de la coronación canónica: Málaga Corona a su Novia, de Sergio Bueno de la Peña; La Coronación del Rocío, de Francisco Javier Criado Jiménez; Ros Coeli Regina Mundi, de José Luis Pérez Zambrano; y Rocío Coronada, de José Antonio Molero Luque.

El encargado de dar la bienvenida y conducir el acto fue Mario Espinar Montoya, jefe de protocolo de la corporación victoriana. Por su parte, Jiménez Valverde fue introducido por Eloy Téllez Carrión, fiscal de la hermandad y vicepresidente de la comisión de la coronación.

El decorado, impregnado de Rocío, con toda la sencillez pero, a la vez, con todo el buen gusto. Tres grandes fotografías de metro y medio de ancho por tres de largo, salidas del objetivo de Francisco José Pérez Segovia, colaborador gráfico de este periódico, hermano de la corporación y director de Mi propio sentir, servían de reclamo visual. Una imagen frontal de la Virgen, y otras dos de cada perfil. El suelo completamente blanco, como alfombrado de Rocío. Las luces se encargaban de crear los distintos ambientes: el morado, tan propio de la cofradía que distingue a los penitentes de la sección del Nazareno de los Pasos en el Monte Calvario; el azul inconfundible del cielo de Málaga, y el atardecer.

Un enorme friso de flores variadas, blancas por supuesto, decoraban el escenario y aportaban olor al Cervantes. Todas las butacas ocupadas y entregadas. El pregonero fue interrumpido en trece ocasiones a lo largo de su intervenció, una auténtica demostración de sentimientos sin freno en la que Jiménez Valverde prácticamente se vació sobre el escenario. Terminó con una gran ovación sin apenas aire y bebiendo más de un litro de agua. Fue sacado a hombros del Cervantes.