­Antes incluso de tener el plácet episcopal, el Rocío ya sabía qué halo quería para su Virgen en el histórico momento de recibir su coronación canónica. Lo tenía claro: mantendría la impronta de esta imagen, la que la distingue y la hace única. Eloy Téllez y Curro Claros, dos hermanos de la cofradía, dos artistas, firmaron el proyecto en 2006. En ese dibujo empezaron a depositarse los sueños victorianos de todos los que tienen a la Virgen del Rocío como referente en sus vidas. Y es el mismo que se ha encargado de ejecutar el taller de Juan Borrero, en Triana, y que hoy será coprotagonista en la misa de la coronación en la Catedral.

Es un halo confeccionado con el amor de los devotos, con las piezas de oro que cada uno de ellos ha ido donando en su hacerse realidad. Pendientes que ya no tenían pareja por un extravío, pulseras, esclavas o medallitas... que han sido fundidas y que a partir de hoy nimbarán la cabeza de la imagen que tanto veneran.

«Lo más importante era que la Virgen no perdiera su estética», señala Eloy Téllez, uno de los autores del proyecto. El halo consiste en un aro o varilla de plata de ley, en el que se engarza, a lo largo de todo su perímetro, una guirnalda de hojas y flores de azucenas, símbolo de la pureza virginal de María. También hay siete rosas. Esta filacteria vegetal está realizada en oro en su color.

El halo se remata en un orbe, representación del mundo también de plata, pero con meridianos en oro y brillantes, del que campea una paloma del Espíritu Santo, símbolo del Pentecostés indisoluble a la advocación y se cima con una cruz, con puntas de brillantes. Es antigua, de gran valor, y aprovechada tal cual de uno de los regalos recibidos. Lleva un nimbo de cuatro rayos y se sustenta sobre una base, también a modo de cajetón.

Doce estrellas rodean, completan y dan sentido al halo. Doce, como la visión de la mujer apocalíptica que describe San Juan y que pisa con sus plantas la cabeza de la serpiente. Doce, como las tribus de Israel. Como los doce apóstoles que estuvieron en el cenáculo. Y cada una de ellas tiene siete puntas, a modo de luceros. «En el proyecto original eran de cinco puntas», recuerda Eloy Téllez. El siete es también un número bíblico, pero a su vez estos siete vértices pretenden hacer alusión las siete arterias victorianas que desembocan en el Jardín de los Monos, donde se encuentra la ermita de San Lázaro: Victoria, Ferrándiz, Amargura, Compás de la Victoria, Cristo de la Epidemia, Altozano y Lagunillas.

Fuego de Pentecostés

Las estrellas, regaladas por cada una de las cofradías con imágenes coronadas canónicamente de la ciudad, están rícamente trabajadas y cuentan cada una con decenas de circonitas, que le dan un brillo y movimiento singular. Para contribuir a esta sensación, doce lágrimas de perlas simbolizando el rocío parecen derramarse de esta corona de estrellas. Son las lenguas de fuego de Pentecostés que cambiaron el rumbo del cristianismo y su expansión por todo el mundo, al poco de la Muerte y Resurrección de Cristo. Perlas regaladas por las hermandades del Amor y de la Humildad.

«No podemos estar más satisfechos del resultado final. Es lo que habíamos pensado y cómo lo habíamos imaginado, una obra más de joyería que de orfebrería», destaca Eloy Téllez de la obra que hoy el obispo impodrá a la Virgen durante la ceremonia solemne de su coronación canónica. Un dibujo que ha sabido respetarse de forma celosa y escrupulosa y que, desde hoy, forma parte del ajuar de la Novia de Málaga.