La cal de la pared del caserón que hace esquina había manchado el hombro libre de un hombre que la portaba, como queriéndose ir con ella. Un abuelo hacía un escorzo para poder colgar un marquito con la imagen de Ella en la terraza del segundo piso de una vivienda antigua. Mientras, su mujer apoyada en la baranda contempla el reguero de velas que precede. Suena Vidriet. No somos muchedumbre, pero nos apretujamos, más como un abrazo de cariño que como una bulla sinsentido. Los primeros vivas de Mariví rompen el silencio. Una ruidosa oración de alabanzas y piropos van saliendo de las gargantas de Fran o del Lele. Ella avanza. Suenan las marismas. Es tiempo de arena y marisma. La cal vuelve aparecer y me ha manchado la espalda. Apartado en la última fila de la angosta calle, mis ojos se fijan en Ella. Se hace nuestro silencio.

Gracias. Es la palabra que más escucho o leo cuando alguien entre dientes, a viva voz o firmando en un libro de recuerdos, se refiere a ella. Gracias. Seguro que la persona que tengo al lado con su carrito y un niño rollizo, que a duras penas puede moverse entre la procesión, se las ha dado porque la fuente de la vida un día de su vientre manó. O esa pareja de adolescentes que entre arrumacos contemplan una lluvia de pétalos y sonríen por estar juntos. Verla a Ella es una excusa para trasnochar y robar algún beso. O esa abuela y su nieta que lleva en brazos y cangrejean felices, mientras al oído se cuentan confesiones. Tal vez, les de las gracias por una nieta que sirvió de apoyo o tal vez se las dé por vivir. ¡Qué simple! ¡Vivir!

Una mujer enlutada en cambio pide algo más sombrío. Su hijo, al lado, lo percibe y le da un beso. Le habla de lo guapa que va la Novia. Ella aleja los malos pensamientos y sonríe y le da las gracias por la próxima boda de su hijo. Aprieta las manos de su nuera que lleva un ramo de novia para ofrecérselo cuando baje el trono. Seguro que aunque ni las necesiten dar, en esas sonrisas de juegos con el incienso y el carbón, Rocío, Paula y Javi. Gonzalo, Candela y Ramsés. Manuel y María. Antonio y Adriana. Carolina y Hugo y otros tantos que juegan en los regazos de la Virgen, dan las gracias con sus gritos y juegos. Con sus sonrisas y cariños.

Has pasado. El suelo es una multicolor alfombra olorosa. Algunos recogen pétalos como recompensa. Otros en cambio, con la mirada en el suelo, vemos como se ha desprendido trozos de cal de la pared. La cal que me recuerda cuando de la mano de mi madre subía el Altozano y desde el balcón de Maruchi te veía pasar. Al lado, la Tota montaba su altar y enseñaba al barrio su casa recién encalada. Carmen de Salteras. Pinosol de romería. Y algunos no entendían que tú solo querías un día del año saludar a sus vecinos. Que como buena victoriana no puedes pasar sin devolver tantas muestras de gratitud con una visita. Eres la llama viva de un barrio. Pues claro que sabemos que la ciencia es la que cura, que la muerte acecha y no distingue, pero tienes la virtud de escuchar. Con los brazos abiertos y la media sonrisa paciente y maternal estás. Estás. Estás para el enfermo, para el parado o el estudiante. Para combatir la soledad o solo por saludarte. Con los brazos abiertos. Sonriendo. Símbolo de un barrio. Una llama que contagía de felicidad a todos los que se reúnen bajo tu amparo.

Cuando la jacaranda recuerda el color de los nazarenos de tu hijo y la primavera lucha por no convertirse en verano. Cuando tomar un refresco en el Rogelios o una hamburguesa de Ana en el Gustavo al fresquito se convierte en una obligación. Cuando el Samoa te sirve una copa helada con cerveza y los cartuchos de pescaito de Lacomba invitan a dejarte llevar, sales a alegrarnos el alma. Fuera Penas. Tu barrio está de fiesta. Mantones y macetas. Guirnaldas y papelillos. Reencuentros con amigos. Ver a lo lejos a Salvador y Pedro, a Ignacio y a Lourdes con Paz. A Cassini. A Juli y Gracia. A Desi. Y a los padrinos, Manmen y Alberto. A los hermanos del Calvario. A mis queridos vecinos de Amor y Caridad. A los mercedarios de la Humildad. El saludo al Rescate. Berlanga. Pedro de Toledo. Marchas. Vítores. Aplausos. Globos y chucherías. Romero. Adoratrices y la Patrona.

Y veo sonrisas y felicidad. Qué difícil en un mundo que nos avisa. Qué difícil. Y tú lo consigues Madre.¿ Hay algo más difícil y a la vez simple que hacer feliz a la gente? Tu sola presencia lo consigue y ese es tu milagro.

El ruido del móvil me despierta de mi ensueño. La procesión va a terminar me cuentan. Acelero el paso. Diviso a mi mujer y mi niña, que como usted puede suponer se llama Rocío por imposición sumaria. Contemplo lo guapa que está mi señora, cojo a mi niña en brazos. Nos juntamos los tres y rezamos en silencio. Sonreímos. Nos despedimos. Mi mujer me comenta que llevo los dedos manchados de cal. Acaricio las yemas y las observo. La cal de una casa de Las Lagunillas incrustada en mis huellas. La cal.

¡Viva María Santísima del Rocío Coronada!

@malakahin