En una ceremonia litúrgica preparada con mimo y todo lujo de detalles por parte de los cofrades, siempre quedan aspectos que se escapan de la labor de albaceas o responsables del protocolo: la parte de la Iglesia. En esta ocasión, la homolía de Jesús Catalá fue bellísima, muy mariana y a la altura de las circunstancias: «Las cosas grandes se preparan con mucho tiempo», destacó el prelado, alabando el camino recorrido por la hermandad desde que concedió su placet para la coronación canónica, haca ya tres años.

Durante su sermón hizo un repaso breve por la tres veces centenaria historia de la hermandad del Nazareno de los Pasos, y el revulsivo devocional que supuso en Málaga la llegada de la obra de su «paisano», el valenciano Pío Mollar. «Ni dolorosa ni aurora», recordó Catalá, que no solo habló de la Virgen como Madre de Cristo, como Reina del Cielo. Lo hizo en un tono extremadamente cariñoso, destacando aspectos litúrgicos, pero también iconográficos y devocionales, que la hacen distinta y única. Habló de su carita, de su sonrisa, de sus ojos, de su pelo, de sus blancas vestiduras y de esas manos que siempre reciben al fiel de par en par.

El obispo destacó el papel de los cofrades en esta «sociedad secularizada». «Ser cristiano es una carrera de fondo», dijo. Y aquí las hermandades son avanzadilla de la diócesis.

Recordó que ayer la Iglesia celebra la festividad litúrgica del Dulce Nombre de María y pidió a los asistentes que vieran con ojos de hijos «a una hermosa mujer que va a ser coronada con doce estrellas». «Dios iluminó el ser de María y la convirtió en Rocío, es decir, en una mujer transparente y cristalina», añadió Jesús Catalá, que se mostró realmente entusiasmado durante toda la misa y que en los días anteriores visitó San Lázaro y la casa hermandad para convivir con los hermanos del Rocío, compartir inquietudes, conocer el halo de coronación y aprender cómo tenía que cogerlo para imponérselo a la Virgen.