Escucha. Es la voz de la Cuaresma, pidiendo a silenciosos gritos que te detengas. Es la melodía de la conversión invitándote este año, especialmente, a reconocerte en tus miserias y a ser misericorde con las debilidades ajenas. Es nuestra oportunidad de releer entre líneas -y no me refiero a la novela de Víctor Hugo, ni a ninguna de las adaptaciones que desde el XIX la han llevado por los teatros y salas de cine de medio mundo-. Los miserables somos nosotros, todos; y los cofrades, claro, más todavía.

Precisamente, se nos ha propuesto una Cuaresma muy especial, en un «Año de la Misericordia» que me pregunto, ¿cómo pasará? Parece ya lejano aquel «Año de la Fe», vivido hace poco menos de tres cursos, pleno de actividad y de un espíritu fuerte que parecía haber resurgido empujado por la repercusión de la JMJ de Madrid de 2011. Durante aquel tiempo, la vida diocesana y cofrade nos inundó y vivimos varios años vibrantes; juventud y madurez unidas llevando a cabo celebraciones litúrgicas, actividades de formación, vigilias, exposiciones y, cómo no, aquella inolvidable magna «Mater Dei» con lo que ello supuso.

Hoy parece todo más callado. Y no es que se trate de volver a repetir los mismos fastos, pero hace ya tres meses que se abrió la Puerta Santa de la Misericordia y todavía no se atisba esa inquietud, esa voluntad de transformar la rutina habitual y tediosa en movimiento, en activismo. Pero, en cualquier caso, estamos en Cuaresma. Y he aquí que en este momento el silencio y la quietud han de ser nuestras armas.

Misericordia, apasionante término. Compadecerse de las miserias del prójimo, comprender, perdonar. Limpiar. No cabe duda de que la mejor obra que en este año jubilar podríamos emprender sería que este mensaje resonase en nuestras hermandades más alto que la más aguda corneta. Y entre los cofrades, especialmente, entre aquellos que tanto esfuerzo y regocijo emplean señalando las miserias del semejante, o para dar rienda suelta a las suyas propias ebrios de envidia, ira, avaricia o soberbia. Está claro, este es un «Año de la Misericordia» de radiografía y hacérnoslo mirar. De momento, pongámonos en cuarentena.