La túnica colgada es un síndrome ancestral que sufre nuestra Semana Santa desde que el mundo es mundo; cofradías con falta de nazarenos, raquíticas filas de penitentes compensadas con descarada separación o exageradas presidencias, portadores de insignias y acólitos pagados, varales mermados. Es un mal del que no muchas hermandades están sanadas y que resulta evidente, pese a que se desvíe la atención. Un debate afrontado cada año con poco éxito en los medios, aunque a pie de calle la conclusión esté meridianamente clara: llegó la hora de movilizarse.

La Semana Santa convoca a una ingente muchedumbre hoy más formada que nunca -más ágil y comunicada, más del gusto de lo estético y lo bien hecho-. Pero he aquí el rompecabezas: está el público, pero las hermandades, preocupadas -a Dios gracias- por mimar toda la maquinaria artística, no resuelven la implicación de un mayor número de actores. ¿Cómo es posible, se preguntarán, si en Málaga facilitamos tanto la salida que hasta ofrecemos las túnicas? Probablemente, porque seguimos avanzando en otros frentes, dejando el capital humano para lo último: la Cuaresma.

Siempre se ha dicho que «Málaga no es nazarena», que aquí no hay conciencia, ni verdadero arraigo cultural al rito sacrosanto de vestirse de nazareno y que, de cada cinco que lo hacen, cuatro se están disfrazando, la mayoría son mujeres y menores de edad. Una verdad tan abrumadoramente inmensa como incomprensible la inacción. También sonaba utópico hablar de los ensayos de hombres de trono y con mucho esfuerzo se está consiguiendo, en tiempo récord, una respuesta sin precedentes. ¿La clave? Trabajo, salir del área de confort y reinventarse.

Ofrecer una identidad bruñida y un concepto de hermandad sin fisuras es básico, pero no lo es todo. Grandes devociones a parte, sólo las cofradías que se anticipan a la Cuaresma, que destinan personas y esfuerzo a involucrar a sus hermanos, a formarlos y, por qué no, a recompensarlos, están creciendo y enraizándose sólidamente. Resulta obvio que no existe una regla que solucione todo, pero tan claro como que la magia no es posible, sólo queda una opción: aplicarse.