La Agrupación de Cofradías ha puesto en marcha este año su primer curso para formar «cicerones cofrades», es decir, guías e informadores que divulguen todo lo que envuelve la Semana Santa de cara a nuestros visitantes; un ciclo titulado «Málaga apasiona». Y es un asunto que me resulta ciertamente apasionante pensando en el claustro de doctores que, a buen seguro, se está perdiendo esta iniciativa, una verdadera fuente de sabiduría y entendimiento más que desaprovechada.

Hablo de teóricos que pertenecen a cierto colectivo cofrade que, en ocasiones desubicado, nómada o intermitente, puede llegar a resultar de lo más paradójico; porque contempla el discurrir de las cofradías pero se separa del público mayoritario y participa de la vida de las hermandades -con idas y venidas, según qué caso- pero no se une a la militancia activa, sino más bien actúa como órgano consultivo -aunque no se les consulte absolutamente nada-. Unos son cofrades sin cofradía, a otros los mandaron a tomar por culto y los últimos se acomodaron en esa agradable parcelita de la hermandad, rodeados de los suyos, en la que se trabaja lo justo y se raja de lo lindo.

Pero todos tienen algo en común, el conocimiento y la rara capacidad de alcanzar aquella sabiduría tan sólo reservada para unos pocos clarividentes, compartiendo además la devoción por sus gurús, aquellos que dictan el ideario colectivo que los demás retransmiten fervorosamente. Ellos, jóvenes o mayores, están muy viajados allende las provincias. Comparten añejas fotografías color sepia de imágenes marianas dieciochescas vestidas en época «prejuanmanuelina», o de románticos palios decimonónicos, analizan rigurosamente lo acertado o no de cada montaje de cultos -se personan donde haga falta- y dominan todo arte o sentido de la proporción.

Son ellos. Tan pronto ensalzan una cofradía -y a su gente- como la desechan, o se hartan. Tan rápidamente celebran un hito como condenan otro. Y tanto se preocupan por el gusto y el refinamiento de una idílica Semana Santa, que ni caen en la cuenta de que si algo suma en las hermandades, desde luego, es gracias a la gente que no habla tanto y, sobre todo, curra.