Todos sabemos lo que es la ira: ese sentimiento incontrolable entre odio y enfado que te arrastra desde una negación vehemente de la verdad hasta la impaciencia más absoluta y que incluso te lleva tomar la justicia por tu mano. Desde el punto de vista cofrade tenemos o hemos sufrido de la ira en alguna Junta de Gobierno, por ejemplo, que puede terminar siendo noticia o con algún ojo amoratado y noticia posterior. Es cierto que en contadas ocasiones. O ira personal cuando ves los derroteros que ha tomado tu hermandad que tanto se alejan de aquellos compromisos de los que juraron su cargo. Ira es lo que se siente cuando te apuntan con el dedo pero no ven la viga en su ojo o cuando ves cómo realizan cambios radicales de su esencia religiosa por obtener otro tipo de beneficios. Dentro de la ira como pecado capital se incluye el fanatismo en las creencias. Los cristianos y cofrades sentimos el fanatismo religioso no sólo fuera de nuestra propia religión, como las cuatro Misioneras de la Caridad que han sido asesinadas en Yemen por cuidar abuelitos en una residencia, sino dentro de la propia hermandad: fanatismo en los rituales, en la puesta en escena y sobre todo entre nosotros mismos. Fanatismos excluyentes de personas y hermanos. Apartheid puro y duro. Todo aquel que forma oposición -ya sea constructiva o no- viven en las «afueras» ideológicas de la hermandad. Los de arriba se apoyan en que no son constructivos, que «no suman»; los del extrarradio, o sea, los apartados, más se enfadan y menos suman y así unos por otros, la casa sin barrer y ninguno se acuerda de perdonar y producir un acercamiento. Y mientras, el resto, atrincherándose en barricadas para poder sobrevivir a esa guerra de desgaste. La virtud para vencer este pecado es la paciencia ante las adversidades y las dificultades. Entiendo que es difícil ser moderado y templado de carácter en algunas situaciones, pero como en todo, si no comenzamos por uno mismo no nos podemos quejar después de los que nos gobiernan, por cierto. Los chinos ya lo resumieron en un proverbio: «Antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa».