ñLa Semana Santa es un puñado de días que remite a una serie de acontecimientos que han marcado la vida de millones de personas. Se inaugura con la llegada de Jesús, el Nazareno, a Jerusalén a lomos de un borrico. Desemboca en una orgía de sangre y sufrimiento. La Pasión y Muerte del Nazareno pone los pelos de punta.

Y remueve la sensibilidad de cualquier ser humano hasta límites insospechados. A este hombre de casi cuarenta años que es ejecutado en una cruz lo reconocen sus seguidores, los cristianos, como verdadero Dios y verdadero hombre. Es el dato en el que hay que apoyarse para entender la afirmación de su Resurrección. Fue ejecutado un viernes sobre las tres de la tarde. En la mañana del domingo se aparece vivo a sus amigos y amigas. Apenas trascurrió un día y medio. No conoció la corrupción del sepulcro, según acuña la expresión «al tercer día resucitó».

La Semana Santa arrastra toda una carga de tradición y cultura. Pero es sobre todo una fiesta de la fe que dura ocho días. Y que con o sin cofradías contiene el núcleo esencial de la fe cristiana. La fe en Jesús, el Cristo. El Ungido.

La fecha. La primera luna de primavera marca la celebración de la Semana Santa. Por eso varía de fecha. Esta conmemoración se toma de la mano de otra fiesta: la Pascua hebrea. Esta celebración judía festeja la liberación del pueblo israelita de la garra de los egipcios. Es la fiesta de la libertad. Del paso de Dios. Jesús de Nazaret celebraría la pascua como todo hebreo. Y coincidiendo con la celebración de este hito de tanta fuerza para el pueblo de Israel fue apresado por mor de la traición de uno de sus amigos: Judas, el Iscariote.

Los cristianos ante una conmemoración de tamaña fuerza contemplan el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Sí, misterio. Porque la fe cristiana celebra el misterio de la Redención. La salvación de la humanidad que había sucumbido al poder de la muerte.

La Semana Santa, en este sentido, es también Pascua. Es paso de Dios que libera del pecado a su gente. De ahí la importancia de estos días que cambian de ubicación en el calendario no por un mero capricho. Sino para hermanarse con la Pascua hebrea. Algo que permite recuperar el sentido profundo de estos días en los que las iglesias cristianas exhortan a vivir una adhesión convencida a Cristo muerto y resucitado por amor.

Esta semana grande para el cristianismo encuentra su culmen en el Triduo Pascual. Unas jornadas en las que se vive intensamente el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

En la liturgia católica comienza el Domingo de Ramos con una Eucaristía marcada en lo que de diferente y simbólica tiene como es una procesión de Ramos y la proclamación de dos Evangelios: el de la entrada del Nazareno en Jerusalén y el de su pasión, a modo de preludio se adelanta lo que va a ocurrir.

Fiesta de la Pascua. El Jueves Santo es harina de otro costal. Pero consecuencia de la voluntaria llegada del Nazareno a Jerusalén, Jesús se reúne para celebrar la fiesta de la Pascua allí. Y en el marco de esta fiesta y en una cena se despide de sus amigos. Es una jornada en la que la liturgia católica vive la institución de la Eucaristía.

Pablo de Tarso escribe a los corintios, confirmando a los cristianos en la verdad de lo que vivían cada vez que celebraban la Misa. Y lo hacía comunicándoles lo que él mismo había aprendido: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ´Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía´. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ´Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía´» (1 Co 11, 23-25). Estas palabras a juicio de Pablo manifiestan con claridad la intención de Cristo: bajo las especies del pan y del vino Jesús se hace presente.

El lavatorio. La llamada «Misa de la Cena del Señor», que se celebra el Jueves Santo, cuenta además con un rito sugerente: el lavatorio de pies. Recuerda el gesto de Jesús que lava los pies a sus amigos. Este acto se convierte para el evangelista Juan en la representación de toda la existencia de Jesús y revela su manera de entender la vida desde el amor y el servicio. Al final de la liturgia del Jueves Santo, la Iglesia Católica coloca a Cristo bajo la especie del pan en un lugar que representa la soledad de Getsemaní y la angustia mortal del Nazareno. Ante la Eucaristía, los cristianos contemplan a Jesús en la hora del abismo existencial.

El Viernes Santo es un día que supone un punto de inflexión para la historia de la humanidad. Con una liturgia muy específica se hace memoria de la muerte de Jesús de Nazaret. Los seguidores de Cristo creen que Jesús quiso ofrecer su vida como sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad. Y que eligió para ese fin la muerte más cruel y humillante: la crucifixión.

No obstante, existe una conexión inseparable entre la cena del Jueves y la muerte del Viernes. En la cena Jesús entrega su cuerpo y sangre bajo las especies del pan y el vino. Anticipa así su muerte. Y la muerte, que por naturaleza es destrucción de toda relación, queda transformada por el Nazareno en acto de comunicación.

El Sábado Santo es punto y aparte. Es un día caracterizado por el silencio y la presencia para la liturgia católica de María, la Madre de Jesús de Nazaret. En silencio, y destrozada por el sufrimiento al que han empujado a su Hijo, espera su vuelta a la vida. Este día se caracteriza por un gran silencio. Los templos están desnudos. No se celebran liturgias particulares.

En la noche del Sábado Santo, el cristiano celebra la resurrección de Cristo, al que reconoce el Señor de la vida. Y de la historia. Durante la llamada madre de todas las vigilias, la Vigilia de Pascua, el silencio se rompe con el canto del Aleluya. Un canto que anuncia y grita la vuelta de Cristo a la vida. Proclama la victoria de la luz sobre las tinieblas. De la vida sobre la muerte. Porque como se anunció en el pregón de Semana Santa del 2013: «La muerte es superada por la potencia creadora del amor. Solo el amor es lo bastante fuerte como para modificar la estructura de la materia».