Francisco Palma García (1888-1939), escultor antequerano, se instaló con su esposa en Málaga en 1912, en calle Ollerías, donde nacieron tres de sus hijas, falleciendo desgraciadamente las dos primeras. Aspiraba a continuar con el éxito logrado en su localidad natal con el monumento al capitán Moreno.

En 1914 recibe el encargo del Ayuntamiento de un grupo escultórico para el frontispicio de la Casa Consistorial, siendo el primer trabajo importante de Palma en Málaga. Recibe igualmente el encargo de una cofradía, la realización del trono del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, siendo estrenado en 1916 y ampliado posteriormente por el propio autor.

Dos años más tarde se trasladaron al número 17 de la calle Cobertizo del Conde (hoy número 23) para poder ampliar su taller. Allí nació su hijo Francisco; después nacerían Dolores, Mario, Victoria, Carmen y, por último en 1928, José María. Siete hijos que, al crecer, siguieron de cerca el trabajo del progenitor y la incansable actividad del artista. Palma García tenía una vitalidad arrolladora, algo especial que embargaba el ánimo de toda la familia.

Entre 1918 y 1924 se da por entero a un trabajo intenso y agotador. Nunca decía que no a un encargo. En 1920 reformó el trono del Nazareno del Paso que había realizado Rodríguez Zapata, y que emplearían más tarde Azotes y Columna (1924-1931) y Ánimas de Ciegos (1935). A finales de ese año ejecutó el trono de la Soledad, de su Congregación de Mena, el cual contaba con un característico palio de cajón adquirido a una cofradía antequerana.

Eran continuas las tertulias en su taller con personajes de la talla de Salvador Rueda o Narciso Díaz de Escovar. Ambiente de cultura y arte que impregnaba la vida de su familia, pero sobre todo la de su hijo Francisco, quien mostraba unos conocimientos precoces tanto en la escultura como en la pintura.

La realización del grupo escultórico de la recién fundada Hermandad de la Piedad supuso un hito en su vida artística. A principios del mes de marzo de 1929, concluyó la obra a la que más empeño y dedicación prestó. Causó gran admiración, ya que representó en su época un verdadero resurgimiento plástico de la imaginería pasionista malagueña. En esa misma Semana Santa procesionó por primera vez sobre un trono también realizado por él.

Eran años de éxito para el taller y de felicidad en el seno de su familia, en la que su hijo Francisco continuaba dando muestras de sus virtudes artísticas, como cuando con solo once años le hizo a Salvador Rueda un retrato al óleo sencillamente magistral.

El 12 de mayo de 1931 la vida del artista y de su familia dio un repentino vuelco a causa de los tristes sucesos. La Piedad, a la que tanto cariño y esfuerzo le había dedicado, fue destruida en la pira que se formó en la plaza de la Merced, muy cerca de casa. No solo perdió su querida obra, sino también a su Cristo de Mena, del que era nazareno y al que intentó salvar. Su hijo Francisco, que tenía solo trece años, vio como su padre llegaba a casa roto y oliendo a humo; viendo un trozo de madera astillado y tronchado que su padre besaba como si fuera una reliquia, lavando la ceniza de la policromía con sus lágrimas. Era lo que había podido salvar. No podía imaginar que de las manos de aquel niño que observaba a escondidas el llanto de su padre, volvería a nacer la imagen del Cristo de Mena, para su consuelo y el de los malagueños.

Restauró las imágenes salvadas de la Soledad y Consolación y Lágrimas. El taller decayó en pedidos de obra religiosa, sufriendo por ello graves problemas económicos. Comenzaron a ver la luz en 1933 gracias a la beca que recibió su hijo Francisco del Ayuntamiento.

Pero en 1936 volvieron de nuevo los momentos complicados. El 4 de noviembre Francisco Palma era detenido y conducido al buque prisión Marqués de Chavarri. Su delito: ser imaginero. Sus hijos Francisco y Mario, tras once días de desesperada insistencia y lucha, consiguieron que fuera liberado, pero las consecuencias de la guerra no acababan ahí, ya que el taller tuvo que cerrar, subsistiendo gracias a pequeñas ventas. Al finalizar la guerra en Málaga, pudieron volver a abrir. Palma se había volcado en la formación de su hijo Francisco, inculcándole una clarísima vocación por la creación artística. La última restauración que hizo fue la del Patrón de Málaga, el Santo Cristo de la Salud, que había sido semidestruido en 1936.

Pero los acontecimientos vividos desde 1931 le habían afectado a su salud, y falleció repentinamente un 19 de diciembre de 1938. El hijo tenía que hacer de padre, con veinte años debía hacerse cargo de su familia y del taller. Así lo hizo, con determinación, aplicando las enseñanzas que había recibido. Comenzaron los encargos, recibiendo multitud de elogios desde su primera obra, el Cristo de los Milagros. El trabajo no cesaba y, a principios de 1940, le encargan la hechura de la nueva imagen del Cristo de Mena. Poco después recibiría el encargo de ejecutar la Piedad, siguiendo el molde que su progenitor había dejado. Comenzaba el hijo a perpetuar la gran obra de su padre, honrando su memoria.