Ignoro hasta qué punto será de improcedente que hoy hable de ti. No sé si en días consagrados a las alturas debo contar tu alegría en el ecuador de la Semana de Dios. Pero si disecciono el corazón con el cuchillo cortante de la honestidad, hoy aparece tu alegría. Si mañana escribiré sobre la diferencia entre vestirse y ser nazareno, hoy me regalas tu bellísima lección de cada primavera: la dicha de ser nazareno.

El Señor de la Humillación lleva tatuado en su severo semblante buena parte de los recuerdos que me saben a la gloria eterna del cariño familiar. Mi tío abuelo, que se fue a dormir para siempre siendo el hermano número tres de la cofradía perchelera, no faltaba nunca a su cita con su Cristo en la Alameda. Se apostaba junto a un ficus en el lateral sur y desde allí contemplaba el discurrir de la hermandad dominica por antonomasia. Mi padre, a su vez, me contaba que sólo había portado tres tronos en su vida, y aunque el Nazareno del Paso fuese al que entregó su devoción bajo los varales, llevaba a gala que el del Señor de la Humillación fue el primero en hundir metal en su hombro.

Cuando veo al Señor de la Humillación, con su barba apuntando contra el pecho en el que cabe toda la resignación del mundo, me acuerdo de ellos. Y me acuerdo de ellos a través de tu alegría. Seguro que también te sucede a ti, paisano. Los mejores recuerdos de nuestra Semana Santa tienen a nuestras sagradas imágenes como protagonistas. Tendrán, a su vez, al entorno, la música o al andar del trono como certero atrezzo del teatral canto de fe que Málaga proclama. Pero aparecen soldados, de forma ineludible, a personas; quienes comparten tus mismos recuerdos y se cuidan de hacerlos perdurar con el paso del tiempo.

Mi Semana Santa tiene ritos ineludibles y momentos sagrados. Pero pocos como el de intuir la dicha de ser nazareno a través de las dos rendijas de un antifaz dominico; advertir la particular forma que tienes de llevar la procesión por dentro y la penitencia en tus pies descalzos sin renunciar a la alegría inmensa de llevar al Señor de la Humillación respirando en tu cogote.

Seguro que tú, querido lector, también sabes qué es derretirte cuando reconoces a alguien que quieres y del que solo queda feliz nazareno en su silencio por las calles. Por eso, hoy, que volverá a asombrarnos el andar valiente del Nazareno de los Pasos; hoy, que al Señor de la Agonía se le volverá a ir la vida sin que nuestro aliento pueda remediarlo; hoy, que Nueva Esperanza traerá como estandarte el concepto sagrado de «barrio»; hoy, que la Estrella volverá a echar a pelear su llanto con el firmamento; hoy, que el palio gótico de la Virgen de Gracia volverá a ser altar monumental en la calle; hoy, que el clasicismo irrenunciable de la Sentencia volverá a extenderse como una red por la ciudad; hoy, que todo ello se producirá para que quien escribe sume recuerdos a su baúl, volveré a encontrarte a ti, nazarena dominica, ante el Señor de la Humillación, sin más que contarme que tu alegría. Y no necesitarás palabras: los ojos, más incluso que la sonrisa, son el espejo del alma.

Feliz Martes Santo. A disfrutar, que hoy se nos va media vida de esta semana.