Es una suerte para los pueblos que en la Semana de Jesús muchas de las antiguas tradiciones estén aún vigentes. Aunque han sufrido algunas modificaciones en la Sierra de las Nieves tres pueblos mantienen los tradicionales Vía Crucis por Semana Santa.

Alozaina

El primero de todos se produce al filo de la medianoche del Miércoles Santo en Alozaina. Hombres y mujeres participan en esta procesión que cada año recorre un itinerario distinto de calles angostas en las que los cirios que portan los fieles proyectan en las encaladas fachadas tornadizas sombras a veces incluso espectrales.

Pero esta procesión, conocida entre los pecheros como La Penitencia, en tiempos pretéritos se celebraba avanzada la madrugada del jueves tras la procesión de Cristo Cautivo el célebre El Amarrao y en la que solo podían acudir hombres. Durante el recorrido se oían murmullos detrás de las ventanas e incluso la agitación de las persianas y es que este desfile suscitaba mucho interés a lo antiguamente vetado para mujeres y niños.

Aquí se pagaban las promesas concedidas por el crucificado que sin trono era portado en relevo por todos aquellos que quisieran. «Las mujeres que asistían a «la penitencia» eran porque tenían que pagar una manda. Iban vestidas de nazareno, normalmente con el capirote sin relleno» para que ninguna persona supiese su identidad, recuerda María Pérez Bermúdez. A veces al rezo de la estación en voces exclusivamente masculinas le acompañaban sonidos de cadenas que arrastraban por aquellas calles empedradas. Otras personas llevaban garbanzos en los zapatos o los ojos tapados en señal de penitencia y pago por los favores percibidos.

Yunquera

Con las primeras luces del alba y en las inmediaciones de la ermita de la Cruz del Pobre de Yunquera comienzan a llegar todos o casi todos los varones de la localidad. Aun casi de noche se organiza un antiguo traslado en el que actualmente continúa la tradición de asistir exclusivamente hombres. «Da igual que sean niños o mayores, pero solo hombres», cuentan los hermanos Francisco y Rafael Díaz, que vienen asistiendo a este Vía Crucis desde que eran niños «porque nuestro padre iba y nos llevaba. Nosotros no hemos dejado de participar ningún año. Yo vivo en Málaga y todos los años vengo a Yunquera al Vía Crucis», comenta Francisco.

El Cristo de la Cruz del Pobre que mora durante todo el año en un ermita fuera del casco urbano es trasladado en Vía Crucis a la parroquia de la Encarnación, restaurada recientemente. Una vez allí se oficia una misa y una vez concluida «los bares se llenan de hombres y conversamos con amigos que a veces no vemos durante todo el año», relatan los hermanos Díaz.

Este crucificado visita solo por unas horas la Encarnación porque alrededor del mediodía es devuelto a la ermita en este caso por mujeres, una procesión que «se viene produciendo desde hace pocos años. Antes volvía el Cristo en la procesión del Santo Entierro, pero ahora el Cristo retorna solo entre mujeres y cánticos», resume Carmen de la Torre Macías, esposa de Rafael Díaz.

Hogaño toda la familia se movilizaba para ambos traslados en Vía Crucis. Claro está, hombres y mujeres cada uno por su lado.

El Burgo

Casi al unísono se producen en Yunquera y El Burgo dos de las procesiones más valiosas en sus Semanas de Pasión el Viernes Santo. El Nazareno de Navas Parejo, con vestimenta rojo granate sin bordados y en un nuevo trono diseñado por Eloy Téllez, protagoniza un hermoso Vía Crucis.

Al amanecer comienza su caminar desde la iglesia cruzando todo el pueblo hasta las afueras del municipio para cruzar el «puente nuevo» sobre el río Turón y alcanzar muy cerca del llamado «puente viejo» la primera de las estaciones.

Todos los vecinos se echan a la calle, o mejor dicho, al campo. Una vez esta comitiva abandona la primera estación se introduce en las siguientes paradas en plena naturaleza a través de un sendero cuajado del verde primaveral en la que las flores colorean el camino de este cristo tan amado por su pueblo.

La última estación se encuentra en la cima de un cerro desde el que se aprecia la estampa del pueblo. Durante el recorrido de ida y vuelta el Cristo Nazareno se cruza con los brotes de las higueras, la trama del olivo, las diminutas almendras que se recolectarán en pleno verano entre los cánticos de gorriones, de las primeras golondrinas que vuelven por primavera y del zumbido de las abejas libando que entre las flores de mil colores trabajan ante la mirada del Nazareno de El Burgo una dulce y deliciosa miel.