Hay una aurora escondida en la jacaranda contenida de su regazo; el que es molde análogo a la medida imprecisa de Málaga. La trae como un arca de la alianza que nos reconcilia con la vida, como un legado veraz en la cruz, aspa indeleble de luz, que va arando un judío por la colina estrellada de la noche, entre rodillas doblegadas y ramitas de romero que se aprietan con fuerza contra el pecho. Ha llegado el día. Hoy sale la Virgen de la Esperanza.

Es un misterio el sentido de colectividad que se genera a tu alrededor y que se magnifica cuando caminas sin rumbo y sin horas, allá donde el pueblo quiera llevarte en volandas, con la legitimidad de tu pertenencia al santísimo mandamiento de su cariño insondable y con el único deber de volver a bautizar su fe en el remanso de tu llanto sereno. Así debe ser, querido paisano, pues mientras el luto viene azuzando con sus afilados pitones de melancolía, queda un último sorbo para emborracharnos de alegría al abrigo del manto de la Esperanza, la bandera soñada de nuestra patria emocional y devocional.

Hoy sale la Virgen de la Esperanza. Es la noche del segundero náufrago bailando como un loco por las entrañas de esta madrugada de esmeralda. La del alba retorciéndose en su propia envidia. La del sol despuntando en el vientre donde amaneciese el día primero en la faz del Nazareno. Y esta noche, hecha por y para esta divinidad escapada de Dios sabe qué Olimpo del Paraíso -que, con buen tino, Aristóteles entendió como el sueño del hombre despierto-, viene a dormirse en la tibia pleamar de sus ojos. Sus benditos ojos del color de la avellana, orilla donde se entreabre la bocana de la fe en esta Elegida y donde el malagueño escribe, como chiquillo garabateando en la arena vestida de lienzo tras el vaivén de las olas, su más sagrado y sincero avemaría. Sus ojos, sus benditos ojos, un papel ajado donde se aparece como un ave fénix el viejo Perchel, de hechuras sepias y regusto a geranios trepando anárquicos por las fachadas, a través de los iris que llevan recogiendo, paleta atemporal e inmemorial, todos los colores de nuestro Paraíso durante 375 años.

Hoy sale la Virgen de la Esperanza. Una melodía de tan solo cinco notas se ha incrustado en el pentagrama de luces de sus mejillas. Esa melodía, que pariese Artola para convertirse en himno de tanta devoción cosida a tus espaldas, retumbará en nuestros adentros cuando retornemos a nuestras moradas a las claras del día, con los pies impregnados de tanto catecismo postrado en las veredas que anduviste. Cada cual caminará la promesa de la madrugada según su rito irrenunciable: unos se envolverán del dorado ofidio de siete vueltas; otros abrazaremos, a los pies del Nazareno, la penitencia de no atisbarte hasta que asomes por tu puente; otros volverán a hipnotizarse, codo con codo, mientras andan sin volverte la cara ni conceder un segundo al pestañeo. Otros penan tu lejanía, otros te llorarán ante un televisor en la cama de un hospital, otros se emocionarán al escuchar el crujido de tu buque resurgiendo de entre sus cenizas. Cada cual a su modo. Pero, como una profecía, con el destino cierto de la Esperanza rebosando las costuras del alma. Este pueblo no tiene más secreto que entregarse a esta noche con una pasión secular. Aquí no hay más secreto que mirarte. Allí mora el porqué que ejerce de toda respuesta.

Ha llegado el día. Hoy sale la Virgen de la Esperanza. La Primavera se ha encerrado bajo palio para que paseemos su niñez temprana. Se adviene la noche que pintaste de verde en un viejo almanaque. A la mismísima ventana de tu corazón se van a asomar los ojos más hermosos del mundo. Tenla abierta, paisano. Ha llegado el día. Hoy es la noche en que se vuelven a ti los ojos de la Virgen de la Esperanza.