Si en la Cuaresma pasada les hablaba de las túnicas colgadas en la casa de hermandad, de la necesidad de nuestras cofradías de enfrentarse decididamente a la escasez de nazarenos, me pregunto ahora por la terrible carencia de que éstos lo sean de verdad. Al cofrade no escapa que nuestra Semana Santa oculta tras de sí un complejo déficit, un abismo disimulado por el esplendor patrimonial, la excelencia musical, la imparable evolución del andar de nuestros tronos y de la puesta en escena de las cofradías. A pesar de todo ello, continuamos adoleciendo de un profundo vacío espiritual en nuestras filas de penitentes; lo mismo que ocurre con los cultos, respaldados y vividos con pobreza a pesar de la suntuosidad de sus altares.

Y es que estamos hartos de señalar la tristísima relevancia del nazareno y parece que nos cuesta la vida misma solventar esta brecha, a pesar de que surgen iniciativas, muchas de las cuales acaban a la cola de una inmensa lista de deberes -como todo buen propósito de año nuevo-. O es que no interesa, no lo sé. Quizás nos desmoralice sabernos impotentes ante una ridícula respuesta, probablemente porque a veces empezamos la casa por el tejado, dándonos de bruces contra reuniones o sesiones de formación con apenas una docena de asistentes.

Lo mismo deberíamos empezar por nosotros mismos -los cofrades-, creyéndonos concienzudamente la trascendencia del nazareno en la estación de penitencia y, a partir de ahí, esforzarnos por transmitirlo en cada detalle, justo cuando nos encontramos todos reunidos siguiendo la misma estela de una cruz de guía. Dejemos pues de ser permisivos con el uso del hábito, démosle unción al gesto de cubrir y destapar el rostro con una oración, como principio y fin de la salida. Reconozcamos la antigüedad y el valor de la posición en los últimos tramos, con o sin taco pintado en el cirio. No subestimemos a los más pequeños -nos sorprenderían, seguro-. Rebajemos el precio de la papeleta de sitio y encarezcamos su significado. Seamos selectivos con sus responsables. Impliquemos a la familia. Moldeemos al penitente que nos recuerde que somos cofradías de nazarenos.