La prensa sevillana se ha hecho eco esta semana de dos hitos absolutamente interesantes, especialmente relevantes a este lado de la Penibética. Su Ayuntamiento, en colaboración con el Consejo de Hermandades y Cofradías de la ciudad, ha anunciado la puesta en marcha de una serie de medidas para proteger y mimar la estética de su «carrera oficial» -de por sí, una de las más cuidadas de nuestra región y eterno referente de la Semana Santa andaluza-, así como diferentes actuaciones para reforzar la seguridad en algunos de los entornos más concurridos por el paso de sus cofradías.

Esto nos viene de maravilla, ahora que tan en boga está el asunto del futuro recorrido oficial malagueño, para darnos cuenta del tremendo maltrato al que sometemos a nuestro centro histórico durante los días santos. Absténganse de seguir leyendo aquellos que sufren cuando recurrimos al exterior para tomar nota de aquello que puede proporcionarnos progreso -lo llevamos haciendo toda la vida-. Porque, frente a otras ciudades y pueblos sureños donde se apagan las luces, se disponen discretas tribunas -adornándose, incluso, con guirnaldas y reposteros de verdad-, donde no se explota el uso de la cabeza caliente y se acotan las calles con vallas decentes; donde, a partir de este año, se pedirá a los comercios que apaguen los carteles luminosos, frente a ese panorama nos encontramos nosotros.

Y es que no pasa un año en Málaga sin que nos horroricemos al contemplar el esperpéntico panorama de una Alameda convertida en plató de televisión, circundada por puestos que compiten en iluminación con las candelerías y acompañan con el ruido de sus generadores al redoble del tambor, donde se consiente lo inimaginable. O la calle Larios, repleta de focos y luminosos, o la moda de las devotas lonas. Y así, suma y sigue por doquier. Imposible escudriñar el verdadero rostro de un Cristo al natural, imposible disfrutar del auténtico cielo que se esconde bajo un techo de palio iluminado por la cera. Imposible trasladarse a ese ambiente que el cofrade debe aguardar en la madrugada. Difícil educar al malagueño en el mágico potencial de ver pasar una cofradía.