Por fin. Le habían nombrado pregonero de su hermandad. El reconocimiento le llegaba algo tarde según él. Comentaba los pormenores de lo acontecido y de lo que tenía pensado entre los afines en un bar de la barriada. Sabéis perfectamente que me llega tarde. Hemos tenido que aguantar cada pregón. Amigotes todos del antiguo hermano mayor. Gente que no siente la cofradía. Que no sabe de su día a día ni de su vida. Pero eso lo voy a poner yo en su sitio. Voy a nombrar a los buenos de verdad. Aplausos y palmadas a la espalda del pregonero que vivía su momento de gloria. Brindis con cerveza por los santos titulares y por el que pregonará. Una cuenta a pagar en el bar y otra que se pagará en el auditorio el día de autos.

Llegó a casa algo ebrio por las cervezas. Aunque también llevaba ebria la moral de tanto halago. Su esposa fue informada por su hija. A través de las redes sociales circulaba el nombramiento. La foto de papá sale hasta en la prensa mamá. Qué orgullo. Cari, cuéntanos, ¿cómo te sientes? Por fin. Se ha hecho justicia. Sabes lo mal que lo hemos pasado cuando decidimos apoyar al que no salió en las elecciones. Te acuerdas que no salimos ese año en la procesión del berrinche que tenía. Claro que me acuerdo cariño. Nos fuimos los tres con el coche a Sevilla a ver procesiones. Tu hija lloraba porque quería salir con sus amigas en la hermandad. Mi momento ha llegado. Voy a hacer un pregón que pase a los anales de la cofradía. Qué digo. Mejor que el oficial de la ciudad. Entre risas se besaban y abrazaban.

Empezó a darle vueltas al pregón en septiembre, no le salía nada. De vez en cuando escribía algunos versos sueltos. Estrofas que no rimaban o frases que le sonaban vacías. En octubre, el folio seguía en blanco. Barruntaba ideas que chocaban en lo vulgar. Pensó en la historia de la hermandad, en nombres y nada. Llegaba la Cuaresma y un estado de nerviosismo se había apoderado de él. Estaba agarrotado e incluso al borde de enfermar. Un día de diario le dijo su mujer, ¿has probado a hablar con Él? Sin hacerle mucho caso, salió a la calle a pasear sin rumbo fijo. Sus pasos lo llevaron a San Joaquín y Santa Ana. Estaba todo movido por el montaje de los cultos. Se sentó donde pudo. Empezó a mirarlo. De pronto una voz firme y a la vez reconfortante sonó detrás de él. Ave María Purísima. Automáticamente dijo sin pecado concebida. Quiso explicar que había sido un error. Que se había sentado sin querer en el confesionario. Pero aquella voz lo atraía. Hijo cuéntame. Padre, hace mucho que no vengo. No te preocupes sabía que vendrías, siempre estamos aquí. La conversación fluyó y mientras se vaciaba se fijó en unos ojos color miel y un rostro de perfiles suaves. Le impuso la penitencia y salió como resucitado. Volvió para darle las gracias al cura, pero este ya no estaba. Fue a la sacristía y se encontró al diácono. Este le dijo que el cura no estaba y hoy no había confesiones. Extrañado, sin respiración, salió a la nave de la iglesia. Sus ojos se fijaron en el Nazareno. Llorando se agarró a sus pies, alzó la cabeza y vio aquellos ojos color miel.

Todo estaba preparado. En el escenario, una cruz y una gran foto del Nazareno. En el atril, unas tapas de terciopelo. El vaso de agua esperaba. La junta de gobierno en las primeras filas. Su familia. Hermanos y hermanas y cofrades de la ciudad. Se persignó y comenzó a hablar. Hoy vengo aquí a cumplir una penitencia, pero no con sufrimiento sino con alegría. Hoy vengo a vaciar mi corazón. Hoy vengo a pediros Perdón. Perdón tan grande como el nombre de nuestro Nazareno.