De un lustro acá, no antes, los ensayos troneros con andas y durante la Cuaresma han proliferado entre las cofradías. Fusionadas -Lágrimas y Favores- y La Cena, quizá con alguna otra, fueron las que instauraron esa práctica hoy generalizada.

Como toda aportación, da igual que sea innovadora o rescatada del olvido histórico, inmediatamente contó con vehementes detractores, muchos de los cuales la denuestan por ajena a nuestra idiosincrasia. Supongo que ninguno de tales críticos fue quinto de infantería hace medio siglo, cuando la tropa literalmente entrenaba en el antiguo campamento Benítez con remedos de los tronos de la Soledad de San Pablo, primero, y del Cristo Mutilado, después. Ensayos eran como los de hoy, si bien aquellos eran obligados mientras estos son voluntarios. Una notable diferencia.

Los ensayos actuales, que otrora y de veras nunca fueron costumbre entre las cofradías malacitanas, son, pues, una reinvención con un componente obvio de imitación de la experiencia de otras ciudades no sólo andaluzas. Ello, sin duda, ha resultado muy beneficioso para la puesta en escena procesional. Basta visionar vídeos y comparar cómo iban muchos tronos hace sólo siete u ocho años, y cómo andan ahora, acompasados a las marchas procesionales.

Los defensores de los ensayos, los hay muy vehementes también, arguyen con razón que tal práctica fomenta los vínculos entre los hombres de trono. Otra cosa, un peligro ya cuajado en otros lares, me consta, es que tanta complicidad bajo el varal pueda llegar a desembocar en una especie de casta elitista o grupo de presión dentro de una hermandad. Algo, por cierto, ya ocurrido con alguna banda cofradiera.

Tal vez los más expuestos a este desliz sean los miembros de los llamados «submarinos», o sea los portadores que cargan ocultos bajo una mesa de trono y cuyo ambiente, palmariamente en ocasiones, está teñido de una estética y una ambicionada épica costaleril, ésa desde luego sí que mimetizada en el uso de prendas e incluso pseudo rituales por aquí hasta ahora ignotos.

En todo caso, consideraciones marginales aparte, una procesión es una expresión religiosa pero mediante una puesta en escena, y como tal resultará mejor con ensayo que con improvisación, lo que no implica pérdida de autenticidad ni espontaneidad.