En un principio fue la música. En el alba de los tiempos, la música, se componía en una banda sonora bastante parecida a la de la consulta de un fisioterapeuta donde el rumor del agua con pajaritos de fondo componía una partitura idílica y aburrida. Tras los rugidos y gritos animales, el hombre trajo la palabra y con ella llegó la comunicación y la liturgia.

La Cuaresma de este año puede ser cualquier cosa menos normal. A destiempo, bañada de carnaval y prisa, con frío polar y calores a deshora, este tiempo para la meditación y el ayuno cristiano se sincroniza con la devoción gracias a la palabra.

Si algo puede cambiar este mundo es la palabra. Llegas a la homilía con la rapidez de un fórmula uno al que empuja la vida cotidiana del aldeano del siglo XXI con la dolencia de tu madre, la preocupación de tu pareja y la dificultad endémica del aparcamiento bloqueando los sentidos y el cuaresmal sacerdote te da el alto con un: «En el nombre del Padre...»

La palabra y la música se convierten en la primera libertad de un silencio reconfortante. Puede que la solución en la Iglesia de nuestro tiempo sea poner inhibidores de señal en los púlpitos. Captar la atención del cristiano en la gran cita de una misa depende tanto del contexto como del predicador. Saber el significado de los símbolos, la localización e importancia de los dogmas y sacramentos te permite dar la dimensión real de la celebración. Saber donde está el sagrario y quien habita en él, conocer la dimensión de la Eucaristía y el significado de «dar la paz» te sitúa en una dimensión óptima para reconciliarte con la fe.

Las lecciones cuaresmales de Antonio Jesús Jiménez llegaron la pasada semana tras más de una centena de curvas y traía el blanco de la flor de la cereza «corazón de cabrito» de Alfarnate prendida de su Evangelio para hacer mas nívea la túnica del Señor de Málaga. Saber que si conociéramos la importancia de compartir el sagrado alimento habría que poner barricadas en las puertas de las iglesias, Santa Teresa dixit, te da el dato justo de nuestra ignorancia.

Los sentidos del cofrade se agudizan en Cuaresma. Estamos más sensibles, más atentos y la palabra y la música hacen del oído un aliado perfecto para que la deseada primavera nos sane de tanto invierno, de tanto páramo, de tanto frío. La música de Nacho Fortis, estrenada el sábado en San Pablo, en su pentagrama Ecce Dominus, subraya que el Señor está con nosotros. la Virgen del Perchel de Díez Boscovich nos invita a musitar un «Spes nostra, Salve».

La justa y acertada palabra, la entonación del salmo y la afinación de los fieles en la «Salve Regina» en una misa de cualquiera de nuestros cultos nos dará la agradable y personal sensación de que hay que seguir buscando la excelsitud sólo al alcance del Nazareno de la túnica soñada por Eloy Telléz y bordada por el inabarcable Oliver.

Es posible aferrarse a la belleza y hacer oídos sordos a tanto murmullo y comentario maldiciente para poder centrarse en el perdón y que la oración nos devuelva a los amigos perdidos en las ruidosas batallas cuaresmales.

El oído, decía Santo Tomás, es el único que no nos engaña porque por él nos llega la palabra de Dios.