Las cofradías no son ONG, ya se sabe. A pesar de ello, la caridad -una de las virtudes teologales y elemento fundamental de la fe cristiana, que la significa radicalmente- ocupa un lugar cada vez más relevante en la vida y actividad de las hermandades. Prueba de ello son las múltiples y casi inabarcables iniciativas que cada año desarrollan en apoyo de campañas y organizaciones; públicas o privadas, religiosas o aconfesionales. De todo ello podríamos hablar largo y tendido, repasándolas una a una. Desde sencillas colectas o sorteos hasta distendidas y elegantes cenas benéficas, pasando por intensivas recogidas de alimentos o, incluso, donaciones de sangre. Entrega de regalos navideños, concesión de becas y proyectos en ultramar, inclusive, por no hablar de la Fundación Corinto y su ejemplar economato, del que orgullosos presumimos -y con razón-.

Está claro, la caridad es un elemento definitorio de las hermandades. Cualquiera lo sabe, especialmente, gracias a la intensa publicidad que hacemos de todo ello a través de las redes sociales -queda por determinar dónde acaba la promoción y dónde empieza la jactancia-. Sin embargo, todos estos méritos no hacen sino dejar en evidencia la limitada contemplación de lo que la caridad es, en tanto que reduzcamos su significado a la mera provisión de recursos, la limosna o la cómoda relación entre un necesitado y un privilegiado, aun cuando todo ello implique la donación de tiempo y el trato humano más amable y sincero.

La caridad, que significa amor, bien podría ser una de las mayores asignaturas pendientes del cofrade; digo más: la principal. Algo que chirría hoy, más que nunca, teniendo en cuenta la inmensidad de nuestros logros patrimoniales, estéticos, sociales u organizativos. Nuestros directores espirituales no cesan de insistir en lo tarde que vamos con la formación cristiana; quizás todo parta de ahí. Pero es la falta de amor, en definitiva, nuestro mayor «debe». Ese amor que ha de identificarnos respecto de los demás, que no consentiría disputas, celos o aspiraciones, el mismo que impediría cabildos agitados y cofradías fracturadas o hasta intervenidas. Esa caridad que no entiende de moneda.