El debate sobre el nuevo recorrido oficial es un chicle agotado de sabor, pero que los cofrades no parecen estar dispuestos a sacar de su boca (más bien lo contrario), pues todo apunta a que en la Agrupación cada vez son más los convencidos de que nuestros desfiles necesitan una reforma integral. Y me inquieta. Y me altero porque estamos masticando el chicle equivocado de la caja. Se han dedicado horas de debates e infinidad de cartuchos de tinta a tratar de averiguar cuál es el itinerario óptimo, el momento de la venia y si debiera ser obligatorio o no el paso por la Catedral. Sin embargo, en mi modesta opinión, el quid de la cuestión no reside en el «trazado», ni tan siquiera en los tiempos de paso (que también), sino que la pregunta es: ¿Qué calles van a ser sacrificadas si alteramos el circuito actual?

No descubro nada nuevo si repito que los tronos en esta bendita tierra son voluminosos y que el casco antiguo es diminuto y que, por pura Física, cualquier modificación en la distribución de las sillas conlleva una limitación a las alternativas de las hermandades en su discurrir por el centro. El recorrido actual posee la ventaja de que está compuesto por tres rectas espaciosas que apenas crean embudos ni cierran espacios al público de a pie. El parking subterráneo de la Marina permite el tránsito de miles de personas de una acera a otra. Pero, ¿nos hemos parado a calcular el número de arterias emblemáticas y bellas que se infrautilizarían si se materializa la nueva propuesta? (véase la calle Nueva). ¿Se han estudiado con exactitud la cantidad de itinerarios circulares y monótonos que derivarían si fuésemos más allá de la Alameda y Granada? La ecuación es clara; centro histórico minúsculo + pocas calles útiles = recorrido oficial con pocas calles. Lo que disfrutamos ahora. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de que si añadimos más sillas inevitablemente le robaremos más espacio al espectador de la calle, y lo que es peor, limitaremos las posibilidades de las cofradías a emocionarnos en un rincón recogido y singular. La demanda de abonos aumenta, pero los asientos están vacíos al paso del setenta por ciento de las procesiones. Esas plazas libres deberían aprovecharse de algún modo. Estoy cansado de escuchar la Alameda es nuestro escaparate al mundo. Discrepo ¡Eso era hace diez años! En esta época, el «prime time» de cada hermandad es su curva o enclave, que es lo primero que uno ve si introduce el nombre de una cofradía en el buscador de Youtube, «el escaparate de nuestro tiempo».

Si la Agrupación acapara más vías con sillas, inexorablemente se va recortar el ya de por sí escueto escenario de nuestra semana grande, provocando de manera irremediable la formación de conglomeraciones de personas e itinerarios rutinarios y encorsetados. Espero que el día que se firme la gran revolución se tengan en cuenta estas observaciones y se introduzca alguna cláusula que permita retornar a lo de siempre si el resultado no es satisfactorio para la Semana Santa en su conjunto. Mientras tanto, mi opinión es clara: no al cambio.