En el pasillo de casa hay un elegante marco con seis fotos de seis Domingos de Ramos ordenadas cronológicamente. La primera es de 1991. En ella aparecen mis padres delante de la Pollinica, sonrientes, con mi primos en brazos -yo aún andaba en la barriga de mi madre- entrenando el que sería el gesto más hermoso de sus vidas; enseñar a amar la Semana Santa de Málaga. En la siguiente instantánea, mi madre, pletórica y radiante, sostiene en la Tribuna de los Pobres a éste que les escribe. Cinco meses de vida; ya conocía el día más bonito del año. En el collage y en el resto de álbumes, la tradicional serie de postales delante del Señor a su entrada a Jerusalén continúa hasta nuestros días. La vida en una secuencia de fotografías.

Un cuarto de siglo más tarde, una familia de seis miembros (hoy ya todos adultos) sigue acudiendo puntualmente a su cita con aquello que les une y que cada primavera les vuelve a recordar de donde vienen y de donde no deben separarse. Nunca se falló al encuentro; ni los carritos dobles, ni las bullas, ni los llantos de unos mellizos de dos meses más las quejas de dos criaturas de tres y ocho años pudieron vencer a la pasión (y paciencia) de unos padres por inculcar a sus hijos la más hermosa de las costumbres.

Ojalá tuviese el don de mis admirados Miguel Gutiérrez y Ale Cerezo para expresar en verso lo que significa «la mañana». Me encantaría manejar con habilidad los recursos literarios para describir con certeza la ilusión de oír el despertador y levantar la persiana para comprobar que el escenario está enmarcado en el inimitable azul que nos regala nuestra bendita tierra. Describir la ilusión que provocan los nervios, las prisas, el «limpiarse por dentro y arreglarse por fuera». La ilusión de no perder las manos y del huequito en calle Parras. La ilusión de los primeros encuentros; con amigos o conocidos. En «la mañana» no hay distinción posible entre quienes ebullen los mismos sentimientos. La ilusión de las miradas, de las sonrisas, del nudo en la garganta. La ilusión de los niños a hombros de sus padres y de las abuelas de la mano de sus nietas. La ilusión del sol, de la luz y del color. La ilusión del «Pollinica sale». La ilusión del nazareno, la del músico y la del portador. Ojalá fuese capaz de convertir en palabras ese momento en el que los recuerdos te desbordan, las emociones estallan y en silencio das gracias a la vida por llevarte donde sueñas estar 364 días al año.

Entonces el rito vuelve a consumarse y la entrañable cadena suma un nuevo episodio. ¡Cuántos estímulos y cuántos detalles! Mires hacia donde mires no encuentras más que belleza y plenitud. Por unas horas, desaparecen los problemas y las preocupaciones se disipan. Gracias Dios por permitirlo. Gracias por reuniros junto a ti.

Y sin querer miras el reloj. Mediodía. Cae la tarde y, como en la vida, cada uno toma su camino, su ritmo, sus amigos, dejándose llevar por la trepidante vorágine de lo que está por llegar.

Qué efímera es «la mañana», la mañana de todos, pero qué perfecta es.

Hasta el año que viene.