Se ayuda de un bastón, ¿una herida de guerra? Un rappel [descender suspendido de una cuerda] desde un helicóptero. Al llegar abajo, le dije al piloto «déjame», y él, que era chileno, me entendió lo contrario y me subió quince metros.

¿Y se cayó?

Sí, hace casi dos años, y hace unos meses me operaron de la cadera: ya tiré las muletas y ya tiraré el bastón. Este bastón es una makila, que es la que llevan los alcaldes vascos. ¡Es bonita! ¿eh? [desenrosca la empuñadura y la abre].

¡Tiene estilete!

¡Claro!, es vasco, ¿el alcalde, cómo se va a defender de lo malo?

¿De dónde le viene a usted el espíritu aventurero?

Hacía atletismo y en 1956 la Universidad de Mayagüez, en Puerto Rico, me dio una beca y con su nombre en la camiseta tiraba el disco en todos los estadios de Estados Unidos. Ahí conocí América y vi la inutilidad de mis amigos de España, que no sabían nada. Ellos creían que esto es España, y no somos España ni somos Europa, somos, además, América, fruto de 500 años de mestizaje.

¿Qué trato recibe ahora la inmigración americana?

La inmigración es el gran regalo de América. Los inmigrantes son los únicos que conservan los valores espirituales, la familia... Que vengan y que se vea al padre, al abuelo y al hijo y eso que antiguamente se decía en España, «abuelito, dame la bendición»... Como no hay familia, hay crisis. Esa es la manera de salir de la crisis: volvamos a saber quiénes son nuestros amigos de hace 500 años y no cometamos el gran error de creer que en Europa somos europeos: sin Iberoamérica, en Europa no existimos. Sin América no podemos sobrevivir. Somos los creadores de ese mestizaje con Hernán Cortés.

Su vida de reportero está ligada a los primeros tiempos de la televisión en España.

Televisión en blanco y negro. Mi primer reportaje fue a la guerra del Congo Belga, iba yo solo y hacía de cámara y de periodista.

¿De todas las personalidades que entrevistó quiénes le impresionaron más?

Haile Selassie, Chu en Lai... Selassie ya estaba condenado a muerte y fue su última entrevista. Mengistu lo mató y lo escondió en su despacho.

Su primo, Tomás de la Quadra, fue ministro, ¿nunca le tentó la política?

No, no, hay que estar por encima de la política. La política cambia a las personas.

¿Desprecia el poder?

En televisión entrevisté a líderes de movimientos de liberación y vi cómo al llegar al poder se corrompieron. Las revoluciones hay que hacerlas con el estómago vacío, en cuanto el estómago se llena...

Se considera «nómada y curioso», ¿concibe una vida sedentaria?

Soy giróvago, como los frailes dominicos que iban de convento en convento... Ser nómada porque no tienes apego a lo material, cosa que hoy en día...

¿Es austero?

No, pero hay que necesitar menos; si bajamos el techo de necesidades, podemos ser más felices.

¿Es capaz de vivir en un piso, en una ciudad?

No, ¡Dios me libre!, nunca viví en un piso. Eso de uno encima del otro es un hormiguero. Árboles, perros, ladridos, olores... Yo puedo vivir, casi, debajo de un puente.

¿Qué trae de sus viajes?

Libros, mi exceso de equipaje son siempre los libros, tengo una maleta preparada para la lluvia. Yo quiero leer, no ver ese malévolo internet. A mí me gustan los libros, y leer en la selva y taparme con una hoja enorme si llueve.

¿Viaja ligero de equipaje?

Poca cosa. Cuando llueve, lo mejor es llevar una bolsa de plástico: te desnudas y metes la ropa en la bolsa y, cuando deja de llover, te la pones seca. Y, en cincuenta años, no me puse calcetines nunca, ni en verano ni en invierno a 20 grados bajo cero.