Asombra lo que podemos deberle a un ser tan pequeño y que tanto nos repele como las moscas.

La Drosophila no es una mosca normal, tiene mucho pedigrí. Los experimentos que realizamos con la Drosophila no se pueden llevar a cabo con ninguna otra especie. Es un elemento de investigación genética extraordinario, casi diría el más importante. Su presencia en un entorno normal es perceptible cuando empieza a descomponerse la fruta o se produce cualquier proceso de fermentación acética. Aparecen entonces unas moscas muy pequeñas, que confundimos con mosquitos por su reducido tamaño, y que son la Drosophila. Pero nosotros no trabajamos con moscas salvajes, sino con ejemplares modificados genéticamente y en los que se han inducido los cambios que nos interesan para los estudios que hacemos.

¿En un laboratorio como el suyo cuántas moscas hay?

Más que moscas podemos contar el número de estirpes genéticas diferentes. En el Centro de Biología Molecular en la colección de lo que llamamos stocks habrá como 3.000 estirpes diferentes que se conservan de forma permanente, más otras muchas que los experimentadores pueden desarrollar para una prueba concreta y que no se mantienen como estirpe. Habrá con certeza cientos de miles de moscas. Cada una de ellas vive en un tubo de cristal, sobre una base de la levadura con la que se alimenta y con un cierre que permite pasar el aire. Viven muy bien.

Son, entonces, una especie privilegiada gracias a su utilidad para la ciencia.

Tanto como privilegiada... Tienen un ciclo biológico muy corto, lo cual las convierte en idóneas para los estudios de genética. En diez días con los ejemplares a 25 grados tenemos una nueva generación. Si uno va a estudiar la variación de un carácter, los cambios se conocen en diez días y podemos aprender los mecanismos de la herencia. Es fácil y barata de criar, tiene pocos cromosomas, su genoma está totalmente secuenciado y es totalmente inocua. Además, compartimos el 60 por ciento de los genes, lo que nos permite estudiar la genética humana en un organismo que no es el nuestro y realizar experimentos que no se pueden llevar a cabo con un ser humano. Miles de laboratorios en todo el mundo trabajan con la Drosophila, lo que permite hacerse una idea sobre el enorme conocimiento que tenemos de ella. La mosca está proporcionando una información fundamental sobre la propia biología humana.

¿Lo que usted desentraña en su laboratorio es, por así decirlo, la inteligencia de la vida?

La vida tiene muchas manifestaciones y cada uno de nosotros trabaja en un aspecto distinto. Ahora trabajamos sobre tumores. Estudiamos el desarrollo de tumores en las moscas con el objetivo de entender cómo se producen en la especie humana, cuál es la biología molecular de esos tumores, qué les pasa a esas células. No pretendemos curar a nadie, porque no somos médicos, pero sí pretendemos conocer la biología de los tumores de la mosca. Otro grupo está estudiando el alzhéimer y alguien se preguntará cómo se puede hacer eso. Se le introducen las proteínas relacionadas con la enfermedad y se empieza a apreciar una degeneración del sistema nervioso. Uno puede producir miles y miles de moscas con alzhéimer, sobre las que se puede trabajar luego para desarrollar fármacos para mitigar la enfermedad.

Ustedes se acercan, entonces, a lo que serían los principios de organización de los seres vivos.

Estudiamos la arquitectura animal, cómo se construye un cuerpo. Comprobamos que ese proceso es el mismo en la mosca que en los mamíferos y en la propia especie humana. Hay un diseño genético para organizar el organismo en las tres dimensiones del espacio. Los genes responsables de que cada cosa de nuestro cuerpo esté en su sitio son muy similares a los que consiguen el mismo efecto en la mosca.

Eso transmite la impresión del organismo animal como un gran mecano, cuando pensamos que la biología es más compleja que la mecánica.

Sí. Yo en mis charlas lo comparo con ir a Ikea, donde no te venden un armario, sino las piezas y las instrucciones para hacer un armario. Nosotros hace años descubrimos un kit para hacer moscas, que son los genes que se encargan de construir el cuerpo. Los dos principales problemas de construir un organismo son hacer cada órgano y luego ponerlo en su lugar. La comprensión que hoy tenemos de esos dos procesos son en buena parte gracias a los estudios con la Drosophila.

¿Estaríamos abriendo, entonces, el camino a que en el futuro el ser humano altere su propia forma?

Sí. Conocemos ya el genoma humano, el texto unidimensional de un manual de instrucciones. Hay muchas cosas que nos faltan por saber, pero el texto está ahí, escrito en un lenguaje que en lugar de tener veintiocho letras como el alfabeto español tiene sólo cuatro. Ese manual sirve para hacer una persona o un gusano, está escrito en el mismo lenguaje con la diferencia de que un ser humano tiene 3.300 millones de pares de bases y el de la mosca son 140 millones. Hemos aprendido a manipular este texto que está en ADN, lo que abre la posibilidad de realizar modificaciones. En el laboratorio nosotros obtenemos moscas a la carta. Esto no es posible en la especie humana y el debate sobre la conveniencia de hacerlo es algo que desborda a los científicos, es un debate de la sociedad. Pero si ahora podemos modificar moscas o gusanos que están construidos sobre los mismos principios, que nosotros, seguro que algún día estaremos en condiciones de alterar a los humanos.

Eso implica que somos cada vez más dueños de nuestro futuro como especie.

Exacto. La evolución biológica darwiniana nos ha producido a través de alteraciones naturales de ADN seguidas de la selección natural mecanismos evolutivos muy lentos que nos han llevado, después de 540 millones de años, desde que surgieron los bilateralia a la aparición de la especie humana y de otras. Hoy en día las modificaciones las podemos hacer nosotros de manera rapidísima. El hombre es dueño de su propia evolución desde el momento en que puede modificarse genéticamente, y en ese momento se cierra la evolución tal como la hemos conocido.