Premio Nacional de Fotografía 1998 y Premio Nacional de Ensayo 2011, Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) confiesa que el que de verdad le hubiera gustado recibir es el Balón de Oro. Es un experto en jugar con la imagen mezclando realidad y ficción.

Hace poco pudimos ver las primeras imágenes de Marte, ¿qué le parecieron?

Son fascinantes. Además de que aportan un nuevo modelo dentro del paisaje, ahora que con Internet y las nuevas tecnologías da la sensación de que todo el mundo hace fotos y de que todo está ya hecho, las imágenes demuestran que no, que aún hay parcelas inéditas, y permite reflexionar y abrir una rendija a que todo no está descubierto, que quedan aún cosas por ver y fotografiar.

A usted le gusta jugar con la ficción y la realidad. ¿Con las nuevas tecnologías es más fácil?

Siempre ha sido fácil jugar con la ficción o con las formas de lenguaje. Las ficciones son instrumentos simbólicos para entender el mundo y, si desaparecen, desaparece la realidad. La tecnología simplifica el proceso, facilita la narrativa, pero no la ficción, que siempre ha estado presente.

Instagram tiene cien millones de usuarios, cada día se suben a Flickr 5 millones de imágenes... ¿Cuándo las vemos? ¿ No es excesivo?

Sí, yo constato un fenómeno y es que más que nunca somos homofotográficos. Invertimos cada vez más tiempo en hacer fotos que luego no tenemos tiempo de ver. Antes era al revés, tomábamos poco tiempo en hacer fotos y luego disfrutábamos del álbum familiar en las celebraciones. Ese gusto de recrearse en la imagen se ha perdido. Hay una circulación frenética de imágenes y esa velocidad tiene efectos secundarios. Perdemos esos valores mágicos de la imagen, el álbum como objeto ya no existe porque, entre otras cosas, la familia nuclear también se disgrega, y ahora hay otros lugares a donde van a parar esas fotografías: los blogs, las redes sociales, que suplen el álbum tradicional. Si antes era un objeto totémico revisado por la familia, ahora hay una ruptura entre lo público y lo privado, no existe esa intimidad y esas fotos pasan a ser de dominio público.

Usted propone incluso una desaceleración en la toma de imágenes...

Sí, cuando hablo de la ecología de las imágenes me refiero a no seguir saturando de imágenes el mundo y no contribuir a esta polución. Es una especie de manifiesto con un trasfondo: ahora que hay tantas fotos es momento de revisar qué fotos nos faltan.

¿Y qué fotos faltan?

Las fotos censuradas , las imágenes de tortura que no hemos podido hacer, las que no gustan a los regímenes totalitarios o que podrían fastidiar al poder... Yo le doy un enfoque más político porque la imagen es una cuestión de negociación política, hoy todo pasa por la imagen o por la proyección simbólica de la imagen.

¿El valor de la imagen hoy es mayor que nunca?

Sí, rotundamente. Cada vez más la imagen ocupa un papel preponderante en el formateo de las conciencias.

¿Hay mejores fotografías o fotógrafos ahora por ello?

Es como en otros ámbitos. Si todo el mundo hace deporte será más posible ganar medallas, pero la cantidad no necesariamente es garantía de calidad, pero sí puede garantizar un público más preparado para valorar la fotografía.

A los fotógrafos rara vez les gusta ser fotografiados y usted tiene cierta querencia a disfrazarse (Deconstruyendo a Osama, Sputnik). ¿De dónde le viene esa afición? ¿Por eso le llaman el clown de la fotografía?

No sabría decirte dónde aparece esto. Tengo un espíritu juguetón y me gusta jugar con las identidades, las máscaras, pero el hecho de que este funcionamiento lo haya incorporado a proyectos fue de forma casual. En Sputnik -donde aparece fotografiado como astronauta- me dí cuenta de que sería el actor que mejor interpretaría lo que deseaba hacer y desde entonces ha sido marca de la casa. Lo de clown me gusta. Hay payasos muy inteligentes y el humor es una estrategia para hacer crítica.

Usted es Premio Nacional de Fotografía y también de Ensayo. ¿Eso cómo se hace?

En ambos casos fue una sorpresa porque yo lo que quería ser era Balón de Oro [ríe].

Superado el debate de que la fotografía es arte. ¿Como definiría el suyo?

La fotografía es mucho más que arte, si solo fuera arte apaga y vámonos. Es una forma que tenemos de negociar con la realidad. Yo lo vivo como una manera de repasar una serie de cuestiones que afectan a la identidad, la memoria, la historia, el pasado... Es una herramienta de pensamiento visual y yo le doy un carácter filosófico y epistemológico. Hay dos tipos de fotografía: la decorativa y la que hace pensar, que me gusta más.

¿Qué imagen le pondría a la crisis actual?

Completamente negra, aunque eso ya lo hizo Man Ray en 1929.

¿Se imagina una Cataluña independiente?

La imaginación no tiene límites. Hoy el debate se extrapola y creo que no se trata de que pueda haber o no una Cataluña independiente, sino de que una comunidad pueda decidir o no su futuro y poner límites a eso no me parece de recibo.

Ha vuelto el vinilo. ¿Volverá el carrete?

El carrete no se ha marchado nunca y la experiencia de lo analógico seguirá estando ahí.

¿Hace fotos analógicas?

Tengo un laboratorio que se ha ido convirtiendo en desván y hace un mes me dieron ganas de utilizarlo y ya lo tengo preparado.