Las técnicas de cultivo y de conservación alimentarias que nos permiten hoy en día disponer de una cantidad suficiente y variada de alimentos durante todo el año tienen también sus inconvenientes. Nunca como ahora habíamos tenido una alimentación tan rica y nunca hemos sabido menos que es exactamente lo que comemos. Las sustancias químicas a la vez ayudan a nuestra mejor alimentación y ponen en peligro nuestra salud: plaguicidas, metales pesados, residuos industriales, conservantes, edulcorantes y colorantes, un mundo, en fin, lleno de trampas.

Para abordar este asunto, nada mejor que un ejemplo: el pescado azul, fuente natural de ácidos grasos omega 3, sano, sabroso y además saludable y muy recomendado para un buen funcionamiento cardíaco? ¡Ay! Si no fuera por que ese saludable pescado azul es la puerta de entrada de uno de los metales pesados más dañinos, el mercurio, en nuestro organismo.

«Como se acumula en mayor cantidad en individuos de mayor tamaño, mejor consumirlos jóvenes y de las especies de pequeñas dimensiones». Es Andreu Palou el que habla y lo hace con conocimiento de causa: ligado a la Agencia de Seguridad Alimentaria desde sus inicios allá en 2002, tras la crisis de las vacas locas, su trabajo ha estado vinculado a este organismo que depende de la UE. Palou cree que nunca la alimentación de la mayoría de la población había sido tan buena como ahora, aunque reconoce que eso ha tenido también sus consecuencias indeseadas: «Ahora el problema es el exceso, que nos ha traído complicaciones, vinculadas en gran medida al exceso de grasas saturadas y al consumo de sal».

Palou es de los que confían en los controles alimentarios. De hecho comenta que se producen centenares de alarmas alimentarias cada semana en el ámbito de los países de la UE y que sólo una mínima parte llegan a provocar una crisis como las que de tanto en tanto alarman a la población. La última, la de las hamburguesas de carne de caballo: al parecer, más un fraude económico que un riesgo sanitario.

Para combatir este particular enemigo, la Agencia de Seguridad Alimentaria ha establecido controles muy precisos y se apoya en un etiquetado que responde a una normativa cada día más estricta. Tras evaluar miles de declaraciones de salud, se ha establecido una lista de 222 que cuentan con el aval de la Agencia, un registro que pone límites al marketing fácil y poco riguroso. La publicidad engañosa sobre los presuntos beneficios para la salud de ciertos productos es el ejemplo más claro y tuvo en la prohibición de la denominación indiscriminada BIO una de sus actuaciones más conocidas.

La trazabilidad de los productos también aporta seguridad y, en caso de fraude, la posibilidad de seguirle la pista a la infracción hasta su origen. En España, dice el doctor Palou, la crisis del aceite de colza supuso un antes y un después en esta materia y obligó a las autoridades sanitarias a espabilar y a los empresarios y a los consumidores a escarmentar. Por todo ello, no tiene una visión negativa de la situación. Sabe que se ha avanzado mucho; incluso es capaz de poner en valor el papel que los aditivos tienen en la calidad de los alimentos que consumimos. En su opinión, los conservantes procuran una larga vida a los alimentos y el resto de los aditivos como espesantes o edulcorantes mejoran la apariencia y la textura de los productos que consumimos. Pero recuerda que no hay que bajar la guardia, la vigilancia no garantiza el 100% de las circunstancias y el fraude tiene mil caras. Así, Andreu Palou afirma que los aditivos no son desdeñables pero como el producto fresco, de proximidad, dice: «¡No hay nada!».